viernes, 28 de septiembre de 2012

POESÍA. "Podrían escogerlo como epitafio", de Lois Pereiro (Galicia, España, 1958-1996). Traducción de Daniel Salgado

Lois Pereiro


               Shall I at least set my lands in order?
               London Bridge is falling down falling down
               falling down
               [...]
               hese fragments I have shored against my ruins.
                                              T. S. Eliot, The Waste Land

                               (E inalmente, con sono atrasado, mal vivido pero feliz, sereo e
                               satisfeito, xa podo regresar ó meu cadavre.)

Poderíano escoller como epitaio
Cuspídeme enriba cando pasedes
por diante do lugar no que eu repouse
enviándome unha húmida mensaxe
de vida e de furia necesaria.
                                                                                   Outono, 95


                                            (Y finalmente, con sueño atrasado, mal vivido pero feliz, sereno
                                             y satisfecho, ya puedo regresar a mi cadáver.)


Podrían escogerlo como epitafio
Escupidme encima cuando paséis
por delante del lugar donde yo repose
enviándome un húmedo mensaje
de vida y de furia necesaria.
                                                                                   Octubre, 95

PRENSA. "Puntualizaciones sobre Paracuellos". VV.AA.

Raquel Marín ("El País")

   En "El País":

Puntualizaciones sobre Paracuellos

La atribución de responsabilidades por las ejecuciones a Santiago Carrillo aumentó cuanto más se acercaba la transición. Fue la tapadera para ocultar un terror mucho más brutal, sangriento y duradero: el franquista

 /  /  / 21 SEP 2012

Entre las numerosas necrológicas aparecidas inmediatamente tras el fallecimiento de Santiago Carrillo algunas siguen haciendo hincapié en Paracuellos. Los lectores de este periódico quizá estén interesados en conocer los resultados de nuestras investigaciones que nos permiten arrojar dudas acerca de la pervivencia del canon franquista en varias de entre ellas. Las categorizamos en tres rúbricas: contexto, chispazo para la acción y responsabilidades y supervisión.
1. A comienzos de noviembre de 1936 las columnas franquistas habían llegado a las puertas de Madrid, sembrando de cadáveres su camino. Los bombardeos causaban estragos en la población. Entre los presos en las cárceles había centenares de militares dispuestos a unirse a los rebeldes. Su liberación parecía inminente.
2. El chispazo que condujo a Paracuellos provino de uno de los agentes de la NKVD llegado a Madrid mes y medio antes. La liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual en la guerra civil rusa. Aplicada al caso de una ciudad al límite, la NKVD no dudó en recomendar la misma “profilaxis”. A finales de octubre de 1936 el embajador soviético ya sugirió recuperar a los presos dispuestos a servir a la República. Como se había hecho con los oficiales zaristas para que se unieran a los bolcheviques.
3. El agregado militar, coronel/general Goriev, informó crípticamente a Moscú de la labor desarrollada por la NKVD durante el asedio de Madrid en un despacho del 5 de abril de 1937 y mencionó un nombre, el de “Alexander Orlov”. Lo envió por la vía reglamentaria a su jefe, el director del servicio de inteligencia militar. Lo descubrió en Moscú antes de 2004 Frank Schauff. Hay un borrador en el archivo histórico del PCE, en la Universidad Complutense. No conocemos a ninguno de quienes mantienen enhiesto el canon franquista que lo haya consultado. Hoy se quedaría con un palmo de narices. Falta la página con la referencia a la NKVD. Una casualidad. Se nos ha dicho que cuando un investigador ruso quiso consultar el despacho en los archivos moscovitas el legajo había sido declarado inaccesible. Otra casualidad.

El chispazo que condujo a las ejecuciones provino de uno de los agentes de la NKVD
4. La recomendación de la NKVD la puso en marcha Pedro Fernández Checa, secretario de Organización del PCE. Fueron militantes comunistas y anarco-sindicalistas quienes se encargaron de los aspectos operativos. Los primeros actuaron a través de los órganos de la DGS. Los segundos, que controlaban la periferia madrileña libre de asedio, aseguraron la realización. Fuera o no por igual, todos colaboraron en la liquidación de la presunta quinta columna excitados por las bravatas del general Mola acerca del potencial de sus partidarios en la capital.
5. Las primeras “sacas” se examinaron en una de las periódicas reuniones de la Junta de Defensa de Madrid. Ninguno de sus componentes pudo alegar desconocimiento sobre lo ocurrido. Dado que la presidía el general Miaja, sería difícil exonerarle de responsabilidad. También a los demás componentes. Uno de ellos, el consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, recibió instrucciones que no se transcribieron. Como otros jóvenes socialistas, acababa de solicitar el ingreso en el PCE. Las “sacas” se paralizaron por intervención del anarquista Melchor Rodríguez. Volvieron a reanudarse después de que este quedara desautorizado por el ministro de Justicia, el expistolero cenetista García Oliver.
6. La supervisión quedó en manos no de la DGS, relegada como brazo ejecutor, sino del miembro más prominente del Buró Político que permaneció en Madrid: Fernández Checa. Uno de los policías, Ramón Torrecilla Guijarro, declaró posteriormente que solía informar a Organización sobre cómo iba la operación. Esto respondía estrictamente al modus operandi comunista. El secretario de Organización era, en los diferentes partidos comunistas nacionales, el enlace con los servicios de inteligencia soviéticos. Lógico. En la concepción comunista de la lucha contra la reacción, la NKVD era al partido lo que el partido era a las masas: su vanguardia.
7. Fernández Checa era también el responsable de una sección consustancial a toda organización de corte leninista: el aparato secreto o ilegal, compuesto de “cuadros especiales” que se activaban según el contexto en que se desenvolviera el partido. Uno de los consejeros militares en España, Mansurov (Xanti), rememoró haber trabajado con él en la capacitación de tales cuadros. Algunos se formaron in situ; otros, como Santiago Álvarez Santiago (participante en las reuniones del consejo de la DGS en noviembre de 1936 y uno de quienes engranaban con los delegados en las prisiones para seleccionar a los presos que irían camino del matadero), se instruyeron en la sección especial político-militar de la Escuela Leninista de Moscú o en su seminario político. Fue el caso de Isidoro Diégez (responsable del PC madrileño). También los de Lucio Santiago (jefe de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia, movilizadas para las “sacas”), Andrés Urrésola (policía encargado de efectuarlas en Porlier), Agapito Escanilla (secretario del Radio Oeste del PC) o Torrecilla (miembro del consejo de la DGS y enlace con el Buró Politico). El aparato se incrustó en la DGS mucho antes de noviembre. Todos se habían ya curtido en la eliminación de falangistas.
8. El nombre y doble papel de Fernández Checa no han aparecido, que sepamos, en los centenares de páginas vertidas sobre Paracuellos por los autores pro-franquistas. Pero su responsabilidad tanto en el chispazo inicial como en la supervisión y vigilancia de la operación es innegable. La dualidad de cadenas de mando nunca existió para quienes la ejecutaron: su lealtad no la debían a la Junta de Defensa sino exclusivamente al partido, vanguardia consciente de la lucha antifascista. El operativo fue netamente comunista. Los anarquistas más bien auxiliares.

Paracuellos aparece como norma en lugar de lo que realmente fue, una dramática excepción
9. Tanto desde el punto de vista pro-franquista, como después para autores en busca de notoriedad, siempre fue más “productivo” centrar la atribución de responsabilidades en Santiago Carrillo. Fernández Checa murió en México en 1940. La mayoría de los “cuadros especiales” fueron ejecutados en España en 1941-42. Todos quedaron amortizados como elemento arrojadizo de la publicística anti-republicana. Sorprende un tanto la absolución otorgada a Miaja. Sin duda no cabía extraer mucho capital propagandístico poniéndole en solfa. No ocurre lo mismo con Carrillo, hasta el punto de desfigurar arteramente hace poco tiempo las referencias que a él hizo Felix Schlayer, cónsul honorario de Noruega y súbdito alemán que publicó sus memorias durante el cálido régimen del maestro Goebbels. Curioso es también que el número de citas a Carrillo sea más abundante en las glosas posteriores de la Causa General que en la propia documentación del procedimiento. No tuvo un expediente propio hasta su promoción como ministro en el gobierno Giral en el exilio en 1946. Un mero repaso a la hemeroteca digital de Abc llevará al lector a la conclusión de que su nombre aparece tanto más vinculado a Paracuellos cuanto más se aproximaba la transición. Una batalla del pasado que sigue librándose en tono presentista.
10. El énfasis que continúa poniéndose sobre Paracuellos cumple dos funciones esenciales. En primer lugar, sirve para epitomizar el “terror rojo”. Paracuellos aparece como norma en lugar de lo que realmente fue, una dramática excepción que continúa presentándose como algo de lo que fue responsable el Gobierno de la República. En segundo lugar, sirve de inmejorable tapadera para ocultar la represión franquista, mucho más sangrienta y duradera. Los “mini-Paracuellos” de que están esmaltadas las regiones en que triunfó la sublevación no cuentan. Su recuerdo hay que obliterarlo con humo e incienso.
Es molesto leer, particularmente en este periódico, cómo en las cunetas y fuera de los cementerios, a veces en modernas urbanizaciones, las “fosas del olvido” tienen la desagradable ocurrencia de emerger tan pronto se excava. España es en esto un caso único, y auténticamente vergonzoso, en la Europa occidental. Paracuellos se ha convertido en la contraseña taumatúrgica para oscurecer, de forma pavloviana, un terror mucho más brutal.
Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas son contribuidores en la obra En el combate por la historia (Pasado y presente, 2012).

PRENSA. "Una película para derribar la escuela", reportaje

   En "El País":

Una película para derribar la escuela

Un documental difundido en la Red revela el malestar con un sistema anclado en el siglo XIX

Algunos piden empezar de cero; otros advierten contra quimeras


Fotograma del documental 'La educación prohibida'.
¿Y si el problema de la escuela no es cómo enseñar más matemáticas, más lengua o más inglés, repetir curso o no? ¿Y si se trata de un problema de raíz, de que la escuela, tal y como está concebida, dividida y fragmentada por edades y por materias estancas, no funciona, con sus exámenes que acaban condicionando unas enseñanzas anacrónicas y alejadas de la realidad, aburridas y artificiales? ¿Y si la escuela inventada en la era industrial para dar unas instrucciones mínimas y la transmisión de una cultura básica, simplemente ya no sirve en la era de Internet? Y no solo eso, ¿y si encima está matando la creatividad de los niños?
En el documental dirigido por el argentino Germán Doin y titulado La educación prohibida se da una respuesta afirmativa a todas esas preguntas: según decenas de expertos de varios países latinoamericanos, incluido España, la escuela no sirve y hay que cambiarla, hay que derribarla para empezar de cero. “Si no estuviéramos haciendo las cosas como las estamos haciendo porque siempre las hicimos así, ¿cómo las haríamos hoy?”, dice en la película el director de escuela Ginés del Castillo.

El director del filme, de 24 años, busca ampliar el debate educativo
Sobre todo, cuenta por teléfono el joven director de 24 años, la película trata de trasladar a toda la sociedad el debate que durante décadas ha estado vivo, dentro de los ámbitos educativos académicos, con unos postulados que cuentan con tantos entusiastas defensores como aguerridos detractores que no ven más que cháchara e ilusas alternativas al modelo actual.
De momento, parece que ese primer objetivo de extender el debate va por buen camino: desde que se estrenó el pasado 13 de agosto, se ha visto 2,2 millones de veces en la página web oficial y 3,6 millones en YouTube; ha tenido más de 229.000 descargas, y se ha proyectado o se va a proyectar en 712 pantallas de todo el mundo. El proyecto se ha financiando con aportaciones voluntarias a través de la Red (crowdfunding) y se ofrece su resultado de forma libre bajo la idea delcopyleft. Una licencia libre es copyleft cuando además de otorgar permisos de uso, copia, modificación y redistribución de la obra protegida, contiene una cláusula que impone una licencia similar a las copias y obras derivadas.

Richard Gerver: “Es
la clase de provocación que necesitamos”
Además de fomentar la discusión, Doin y su equipo buscan dar a conocer las propuestas alternativas a ese modelo mayoritario de escuela, muchas veces, asegura, marginadas y poco conocidas: desde el método Montessori, Waldorf, la pedagogía Sistémica o democrática, la libertaria, incluso la educación en casa (esta última está prohibida en algunos países, entre ellos España). En general, la idea es rechazar una escuela igualadora (todos los niños a cierta edad deben saber unas ciertas cosas), rígida, que impone ideas y educa en una competencia feroz, para proponer otra centrada “en el amor y en los vínculos humanos”, en respeto hacia los niños y las experiencias vivenciales.
Pero a mucha gente todo esto les puede sonar a chino, a cháchara vacía: “Me he visto la primera media hora o así y lo he dejado por aburrimiento. A primera vista, parece pura demagogia con muy poca chicha”, dice el economista del CSIC y de la Autónoma de Barcelona Ángel de la Fuente, que ha hecho muchos trabajos en el ámbito educativo. Sin embargo, el también economista en la Universidad de Barcelona, con amplia trayectoria en la investigación educativa, Jorge Calero, cree que “la película marca un camino y creo que es un buen camino”. “Me ha gustado mucho en el fondo y en la forma. Creo que son muy necesarias estas aproximaciones. Y muy interesante el proceso de producción, financiación y distribución”, añade.

Algunos docentes
creen que se ataca injustamente la enseñanza pública
Lo cierto es que la película ha causado una gran controversia, sobre todo, en Argentina, sede de la producción. Allí, muchos docentes la han tachado de injusta con la escuela pública, ya que insiste mucho en el autoritarismo escolar. Además, debajo de una fachada libertaria, ven un auténtico apoyo a la educación privada que en el fondo abraza los postulados neoliberales de la libertad de elección de centro. Sin contar, claro, con aquellos padres que no quieren oír hablar de educaciones emocionales y desarrollos de la personalidad, sino de sistemas en los que sus hijos aprendan a calcular muy bien, a leer y escribir mejor que sus compañeros, las reglas de la física, la historia y la geografía que les enseñaron a ellos.
Si, como defienden expertos como los del Colectivo Lorenzo Luzuriaga, la escuela pública, plural y laica que no separe es la única que puede garantizar la cohesión social, cultural y territorial de un país, es evidente que cada vez esa institución encontrará más dificultades para dar respuesta en un solo espacio a aspiraciones cada vez más diferentes de unos y otros padres.
El especialista británico Richard Gerver lleva años haciendo críticas muy parecidas a las que se ven en el documental, y cuando se le plantea esta cuestión de las distintas aspiraciones de los padres, suele contestar que, aunque no sepan muy bien cómo tiene que ser para que funcione, cada vez más familias tienen la firme impresión de que el sistema hoy no está funcionando. “Creo que La educación prohibidacontiene la clase de provocación que necesitamos para desviar el debate desde los sistemas y las estructuras hacia la enseñanzas y los aprendizajes necesarios para preparar a los niños para los desafíos del futuro. No tiene ningún sentido diseñar un sistema pensando en los desafíos de hoy y creo que esta película enciende el debate, aunque en realidad lo que tenemos es que dejar de hablar y empezar a actuar”, escribe Gerver por correo electrónico.

El ‘copyleft’ y el poder de Internet

A través de la financiación colectiva vía Internet (crowdfunding), “704 coproductores” han puesto dinero para hacer el documental La educación prohibida, dice el material de prensa de la película. Y añade: “Podrás verla libremente, podrás descargarla, podrás copiarla, podrás reeditarla, podrás acceder a todo el material documental, podrás distribuirla gratuitamente. Disponible en Internet, DVD, Bluray, televisión y cine”. Es decir, que además de verla en YouTube, se puede ver y descargar en la webhttp://www.educacionprohibida.com/ y se puede solicitar una copia para proyectarla (en España, esto ya ha ocurrido en varias ciudades, Vigo y Zaragoza, entre otras). Aparte de provocar el debate educativo, el documental tenía otros objetivos: “Nos movía también la idea de que otra forma de hacer cine es posible. Y la delcopyleft [que permite la libre distribución y modificación de los contenidos, siempre que se respete la autoría] es una. La lógica es que también se puede proteger la cultura compartiéndola”, asegura el promotor del proyecto y director de la película Germán Doin.
Además, el proyecto continúa después del documental, al convertirse en una iniciativa colectiva llamada Red de Educación Viva (Reevo), que intenta ser una especie de contenedor y difusor de esas otras formas de hacer educación. “Colgaremos y compartiremos las entrevistas enteras con los distintos especialistas”, cuenta el joven director.
De hecho, los productos audiovisuales, muchas veces difundidos a través de la web, se han convertido en una poderosísima herramienta para sacar de los ámbitos académicos el debate educativo (como tantos otros) y llevarlo hasta la población en general. Si el especialista Richard Gerver saltó a la fama por sus vídeos en YouTube, también se han hecho enormemente famosos algunos de los protagonizados por Ken Robinson. En especial, ha logrado una amplia difusión uno en el que sostiene que las escuelas están matando la creatividad de los jóvenes.
Se trata de un vídeo realizado en 2010 por la Real Sociedad de las Artes británica en el que, sobre la voz en off del discurso de Robinson, los dibujos de Andrew Park van explicando los argumentos con imágenes. De hecho, Germán Doin reconoce la fuerte influencia de Robinson y de este vídeo en los argumentos desplegados en su filme.
También es cierto, en todo caso, que probablemente puede suscitar mucho más acuerdo la parte de las críticas contenidas en el documental que la de las alternativas, donde siempre acecha el vacío, la pregunta de si alguno de esos métodos dispersos (hoy en escuelas privadas, aunque excepcionalmente en algunas concertadas e incluso algún instituto público) podría generalizarse y conformar un nuevo sistema. O la pregunta del padre pragmático que, ante las teorías de seguir los deseos y las motivaciones y la creatividad del niño, dice: muy bien, eso es muy bonito, pero para ser ingeniero hay que saber muchas matemáticas.
Doin responde: su apuesta es por el debate y por la libertad, no por una fórmula cerrada, y admite que muchas de las ideas “nuevas” que aporta ya se aplican en numerosos colegios. En la película, el médico y psicoterapeuta argentino Carlos G. Wernicke habla de la eterna dicotomía entre la pedagogía de izquierdas (adaptar la escuela al niño) y la de derechas (el niño a la escuela): “Probablemente la respuesta está en algún lugar en el medio”.
El especialista y exministro de Educación argentino Juan Carlos Tedesco pide cuidado para no derribar todo un sistema sin tener clara la alternativa y da la vuelta a la cuestión: si durante tantos años todas esas alternativas no han cuajado y no se han generalizado, quizá es que, en verdad, hay algo en ese sistema tan denostado que realmente funciona.
El año pasado, en un artículo publicado en la revista Escuela, cuestionaba incluso la idea de que todas esas teorías fueran alternativas, pues son en realidad el discurso dominante en los ámbitos académicos: “Desde hace ya varias décadas, la literatura utilizada en las universidades y en los centros de formación docente está basada en líneas teóricas que cuestionan las jerarquías tradicionales, promueven la necesidad de la innovación y el cambio, reivindican el papel de la dimensión local frente a los poderes centrales y, como sucede en el conjunto de las ciencias sociales, suelen ser muy críticas con el orden social dominante”, escribe.
De hecho, dedica el artículo a cuestionar algunos de los postulados que considera que se han convertido en lugares comunes educativos, por ejemplo, la idea de las bondades de la libertad y la descentralización frente a la imposición de modelos únicos y homogeneizadores, la falta de pertinencia de los contenidos y de participación. Todas esas cosas, según los contextos, pueden significar avances y mejoras “o, al contrario, pueden estar asociadas a mayor fragmentación, desigualdad, privatización, aislamiento cultural o, mucho peor, control cultural o político tradicional”, advierte Tedesco.
También alerta contra el continuo reformismo y contra el rechazo a toda la tradición pedagógica sin una parte de la cual es imposible que ningún cambio sea efectivo en la escuela.

PRENSA. "La educación banalizada", por Mariano Fernández Enguita

Fotograma del documental 'La educación prohibida'. ("El País")

   En "El País":

 25 SEP 2012

¿Quién puede estar satisfecho con el estado de la educación? No vivimos una catástrofe, pues el acceso se ha expandido, los medios se han multiplicado, el conocimiento alcanza cuotas antes inimaginables, etcétera, pero la mayoría de países están descontentos con sus resultados, las desigualdades se eternizan, la presión sobre la adolescencia se torna excesiva, el malestar docente crece, la institución pierde pie ante los nuevos medios y políticas y proyectos no dan los resultados apetecidos.
Ese es el panorama en que aparece La educación prohibida, un documental que critica el actual modelo escolar, sugiere algunas alternativas y lo envuelve todo en una confusa cháchara de la que es difícil sacar algo en claro. Vale recordar que la escolarización universal ha tenido por función formar súbditos y asalariados, pero no se debería olvidar que también ha contribuido a la ciudadanía política y social, es excesivo vincularla al nazismo y no cabe ignorar lo que debe a la demanda popular y al expansionismo profesional.
A esa escuela ya anacrónica opone el documental, en el filo entre el reformismo pedagógico y la desescolarización, experiencias que asoman superficialmente a la pantalla o se presumen en la base de un alud de mensajes de maestros, pedagogos y publicistas varios. El resumen es que los niños se desarrollan mejor solos, sin que nadie pretenda dirigirlos, idea expresada en las manidas metáforas de la planta, el árbol o el bosque a las que ahora se suman la célula: todo lo que el niño necesita para aprender lo tiene dentro, repite la enésima versión de esa letanía inmanentista que desde la mayeútica de Platón, pasando por la educación negativa de Rousseau, llega hasta cierta manera actual de entender el aprendizaje activo o el constructivismo. Quienes creían que naturaleza y cultura funcionan de manera opuesta se equivocan: dejen crecer libremente al niño, que no será Kaspar Hauser sino Einstein.
Amenizado con una inverosímil y cursi dramatización con adolescentes, el grueso documental se centra siempre en la educación infantil, que impregna todo el argumento con su aroma. Por ahí entra más fácilmente el empalagoso desfile de todos los buenismos: amor, diálogo, mirada, alegría, armonía, cooperación, gozo... Ahí cabe invocar a Montessori, Steiner o Freire, pero a su rebufo se cuelan Gatto, Krishnamurti y, peor, un popurrí de sistémicos, holísticos, predicadores zen, maestros espirituales, obradores de milagros...
He de confesar que me dormí viendo el documental y tuve que rebobinarlo. Lo que ocupa dos horas y media cabría en una, y la parte que vale la pena en menos. Pero, más que el contenido, lo realmente intrigante es por qué se ha difundido así. Por un lado, desde luego, revela el desconcierto y el descontento reinantes en la educación y la avidez con que educadores y otros buscamos respuestas. Por otro, sin embargo, temo que refleje una preocupante tendencia a la trivialización del debate y la búsqueda de soluciones sencillas y mágicas. En el último decenio no podría citar un libro o artículo que haya suscitado una atención generalizada en este ámbito. La escuela pertenece a la era Gutenberg, pero los profesores parecen más atentos al audiovisual. No imagino un congreso de economistas, por ejemplo, proyectando Wall Street o Inside job, dos magníficos filmes, pero decenas de encuentros de educadores lo han hecho con La lengua de las mariposas, Todo empieza hoy, La ola o La clase. Y estas, aunque algo inclinadas a complacer a su público, eran, al fin y al cabo, buenas películas; no querría ver a la profesión reunida en torno al artificioso La educación prohibida o a la insufrible Katmandú.
Mariano Fernández Enguita es catedrático de Sociologia en la Universidad Complutense. www.enguita.info

jueves, 27 de septiembre de 2012

POESÍA. "XXII", de Lois Pereiro (Galicia, España, 1958-1996). Traducción de Daniel Salgado

Lois Pereiro


               Be not sad because all men
               prefer a lying clamour before you:
               sweetheart, be at peace again.
               Can they dishonour you?
                                             James Joyce

XXII
O desamor, brutal amputación
ou atroia dun soño maltratado,
debería·ser sempre un íntimo ritual
representado en salas clandestinas.
Interpretando orgánicos monólogos
recitariamos con luidez a dor interna
dos nosos tristes ósos
cando o amor se dilúe en hemorraxias
de líquidos desexos
abortados.
                                                                           Xullo, 95


XXII
El desamor, brutal amputación
o atrofia de un sueño maltratado,
debería ser siempre un íntimo ritual
representado en salas clandestinas.
Interpretando orgánicos monólogos
recitaríamos con lucidez el dolor interno
de nuestros tristes huesos
cuando el amor se diluye en hemorragias
de líquidos deseos
abortados.
                                                                             Julio, 95

PRENSA CULTURAL. Libros sobre la Segunda Guerra Mundial

   En "El País":

Lo pasado, pasado no estaba

Los investigadores Antony Beevor y Max Hastings publican historias globales de la Segunda Guerra Mundial, que narran el conflicto desde los que sufrieron


Soldados soviéticos en el Frente del Este. Finales de 1943. (Del libro 'La Segunda Guerra Mundial. Imágenes para la historia'. Paco Elvira. Prólogo de Jorge M. Reverte. Lunwerg, 2012) /FOTO: VIKTOR TEMIN / SLAVA KATAMIDZE COLLECTION / HULTON ARCHIVE / GETTY IMAGES

George Orwell, uno de los intelectuales que mejor entendieron y explicaron el siglo XX, resumió la Segunda Guerra Mundial en una frase: “Según escribo estas líneas, seres humanos sumamente civilizados me sobrevuelan intentando matarme. No sienten ninguna enemistad personal hacia mí, ni yo hacia ellos”. El conflicto es infinito, no solo por la dimensión de la catástrofe —la mayor en términos absolutos, con cerca de 70 millones de muertos—, sino por la profunda incomprensión que sigue generando. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Qué hizo del hombre una alimaña en tantos lugares diferentes? Más allá de Auschwitz o Treblinka, el horror máximo, existen tantos ejemplos de barbarie que resulta difícil centrarse en uno. Durante el primer invierno del sitio de Leningrado murieron de hambre y frío unas 620.000 personas. En la ciudad asediada por los nazis, se comieron hasta los perros de Pavlov. Como afirmó Hans Frank, gobernador de Polonia y uno de los peores asesinos nazis: “Humanidad es una palabra que nadie se atreve a emplear. Tener poder para utilizar la fuerza sin ninguna resistencia es el veneno más dulce y nocivo que cualquier gobierno pueda utilizar”.
Ninguna otra guerra ha generado tanta y tan buena investigación como esta, casi desde que terminó. El primer clásico sobre el conflicto se publicó en 1947, Los últimos días de Hitler, de Hugh Trevor-Roper. Y siguen publicándose obras importantes y produciéndose revelaciones, como ocurre con el último libro del historiador británico Antony Beevor, que relató minuciosamente las batallas de Creta, Stalingrado, Berlín y Normandía, y que acaba de publicar una monumental historia global del conflicto, La Segunda Guerra Mundial (Pasado y Presente). Unos meses antes, Max Hastings, otro gran investigador, había publicado Se desataron todos los infiernos. Historia de la Segunda Guerra Mundial,que Crítica acaba de reeditar. Beevor utiliza la técnica que le ha llevado a convertirse en un best seller y a la vez en un respetado investigador, una mezcla de relato histórico clásico, con mucho trabajo en los archivos, y testimonios de aquellos que lo vivieron. Hastings aplica la historia de las mentalidades a la Segunda Guerra Mundial y quiere alejarse de los grandes nombres y del desarrollo de las batallas para explicar cómo este Armagedón afectó a seres humanos concretos.
Como en sus obras anteriores, Beevor demuestra un gran talento para el relato, pero también para encontrar nuevas vías de investigación. La Segunda Guerra Mundial ofrece detalles insólitos —a causa de la falta de vitaminas e higiene la mayoría de la población alemana sufría halitosis, con lo que el hedor en los refugios era insoportable—, novedades atroces —ha descubierto en los archivos australianos y estadounidenses que los soldados japoneses practicaron el canibalismo organizado, con prisioneros como “ganado humano”, que eran asesinados de uno en uno para ser devorados, aunque este hecho se ocultó para ahorrar sufrimientos a las familias de las víctimas—, incluso establece un nuevo principio para el conflicto —en Manchuria, en agosto de 1939, con una batalla entre japoneses y soviéticos, no en Polonia, en septiembre, con la invasión nazi—. Pero, sobre todo, traza un panorama global de una guerra que afectó a casi todo el planeta y que, con el exterminio del pueblo judío, llevó las fronteras de la barbarie hasta límites incomprensibles. Todo esto, por encima de cualquier otro factor, se debió a un solo hombre: un cabo de la Primera Primera Guerra Mundial, pintor mediocre, desquiciadamente antisemita, charlatán de cervecería, llamado Adolf Hitler, un hombre que no quiso ver ningún muerto, ni ninguna batalla, pero que fue capaz de destruir el mundo.
“Seguramente se hubiese producido algún tipo de conflicto como resultado de la Primera Guerra Mundial y del Tratado de Versalles”, explica en un largo correo electrónico Antony Beevor, que la semana que viene estará en España para presentar su libro y asistir al Hay Festival de Segovia. “La ruptura de cuatro imperios —ruso, germano, austrohúngaro y otomano— combinada con el nacionalismo militar de la época estaba destinada a crear problemas. Las nuevas naciones que surgieron de esos imperios estaban llenas de minorías. Y la crisis económica de 1930 produjo a su vez una crisis de la democracia liberal, que llevó a muchos a creer en regímenes autoritarios, ya sean de izquierdas o de derechas. Es muy importante recordar aquí que las democracias no luchan las unas contras las otras, no es la Unión Europea lo que ha evitado un nuevo conflicto, es la democracia. Pero sin Hitler el conflicto hubiese sido diferente. Hitler fue la fuerza motriz de la guerra y por encima de todo el arquitecto de la aniquilación que se produjo”, prosigue Beevor.
A pesar de sus numerosas diferencias a la hora de relatar el conflicto, el factor humano es lo que une a Beevor y Hastings. Ambos relatan la guerra a través de los seres humanos que la provocaron, lucharon en ella y, sobre todo, la sufrieron. Quizás, porque como escribió William Styron en el prólogo de La decisión de Sophie, “la negra noche del alma humana cuando millones de personas morían y sufrían bajo la dominación total de los nazis es el tema más formidable, trágico y desafiante de nuestro tiempo”. Los de Hastings y Beevor no son los primeros libros globales sobre el conflicto, pero la diferencia con otros está en la capacidad que ambos tienen para sumergirse en las profundidades de la IIGM, para describir el hedor en un refugio antiaéreo o encontrar el testimonio de una joven rusa, Irina Dunaevskaya, cuando vio los cadáveres bajo el Neva helado, “como si estuviesen en un sarcófago de cristal”.

Antony Beevor cree que los archivos todavía pueden reservarnos algunas sorpresas
“No soy historiador militar, no quiero saber nada más de lo que hacían los generales sino la gente normal”, explica Max Hastings en una conversación telefónica desde Londres. “Lo que es casi imposible de entender para las generaciones que no hemos vivido aquella guerra es el sometimiento permanente a hombres con armas. Es horroroso, especialmente para las mujeres, puesto que las violaciones fueron masivas. O el problema de la comida, el hambre, las carencias constantes. Todo eso me interesa mucho más que la diferencia entre un carro de combate Panzer y un Tiger”.
Beevor se pronuncia en un sentido muy parecido. “La Segunda Guerra Mundial fue tan descomunal, tan grande, que afectó a la vida de casi todo el mundo, y la envergadura de la experiencia humana es casi infinita”, señala. “Vivimos en una sociedad posmilitar, en un ambiente seguro, y por eso no es sorprendente que aquellos que no puedan imaginar lo que significa el totalitarismo bélico se muestren intrigados. Muchos se preguntan si hubiesen sido capaces de sobrevivir a un sufrimiento de esas dimensiones, físico y psicológico. También pueden preguntarse si hubiesen tenido el valor de rechazar matar a prisioneros o a civiles. La clave está en que vivimos en una sociedad en la que no se toman ese tipo de decisiones trascendentales y la esencia del drama es la elección”.
La IIGM es inabarcable, desde el punto de vista militar, económico, histórico y, sobre todo, humano. No se puede entender sin los investigadores que en Benchley Park lograron descifrar los códigos alemanes, ni sin la batalla de Stalingrado, ni sin la decisión de Franco de no invadir Gibraltar, ni sin la astucia del general Zhúkov, que derrotó a los japoneses en el río Khalkin-Gol y disuadió a Tokio de abrir un nuevo frente en la retaguardia de la URSS, ni sin la Shoah, la exterminación de los judíos que nunca hubiese podido producirse sin la guerra. Casi cada página de estos dos libros podría ser a su vez otro libro. La División Azul, por ejemplo, solo ocupa dos párrafos en el invierno decisivo de 1942 a 1943, el momento crucial en el que los nazis perdieron la guerra. ¿Qué sabemos de la hambruna de Tonkin, provocada por los japoneses, que entre 1944 y 1945 mató a dos millones de vietnamitas, mucha más gente de la que murió en toda la Guerra Civil española?


'Patada a los alemanes'. Toulon, Francia, septiembre de 1944. (Del libro 'La Segunda Guerra Mundial. Imágenes para la historia'. Paco Elvira. Prólogo de Jorge M. Reverte. Lunwerg, 2012) / FOTO: US NAVY / FPG / HULTON ARCHIVE / GETTY IMAGES
Beevor cree que los archivos todavía pueden reservarnos algunas sorpresas y actualmente está trabajando en un libro sobre el frente occidental en 1944, que apenas ocupa un capítulo de su historia global. Hastings mantiene que donde hay que seguir excavando es en la experiencia humana. “Quizás haya cosas en los archivos soviéticos”, señala. “Para mí, el último secreto realmente importante se reveló en los años setenta, cuando se hizo público todo lo relacionado con la ruptura de los códigos. El gran misterio tal vez nunca tenga explicación: ¿cómo fue posible que un pueblo civilizado y culto como el alemán siguiese a Hitler y a su banda de gánsteres?”.
Quizás por eso haya que buscar respuestas no solo en la historia, sino también en la literatura. Para Beevor la primera elección de lectura sobre la Segunda Guerra Mundial sería el periodista soviético Vasili Grossman, del que editó junto a Luba Vinogradova sus crónicas del conflicto (Un escritor en guerra. Vassili Grossman en el Ejército Rojo, 1941- 1945. Crítica) y autor de la monumental Vida y destino (Galaxia Gutenberg / La Butxaca). “Grossman fue el observador más perspicaz y honesto”, explica. Su libro está lleno de referencias a sus crónicas y sobre todo a su forma de narrar “la brutal verdad de la guerra sin olvidar el valor moral y físico”. “Para Grossman, el deber de los supervivientes es intentar identificar a los millones de fantasmas enterrados en fosas comunes como individuos, no como gente sin nombre en categorías caricaturizadas, porque eso es precisamente lo que quisieron los perpetradores”, escribe sobre su obra en una frase que bien podría aplicarse también a la Memoria Histórica en España. Otras dos obras fundamentales para Beevor son la trilogía Espada de honor, publicada por Cátedra, del novelista británico Evelyn Waugh, y Una mujer en Berlín (Anagrama), el testimonio anónimo de una mujer en la capital alemana conquistada por los soviéticos, un relato a la vez espeluznante y cercano sobre la capacidad de supervivencia de los seres humanos. Hastings también escoge esta obra entre sus libros fundamentales, al igual que los diarios del escritor judío rumano Mihail Sebastian —Diario (1935-1944), Destino—, que nunca vio un campo de batalla, pero que construyó una obra maestra que trata de explicar algo incomprensible, el antisemitismo, uno de los motores del nazismo y de la guerra. Sebastian murió atropellado tras haber sobrevivido a la IIGM. Pero, para Hastings, el gran libro sobre el conflicto es Suite francesa (Salamandra / Quinteto), de Irène Némirovsky, una escritora asesinada en Auschwitz en 1942, que relata la caída de Francia en 1940. “El manuscrito fue escrito con una letra minúscula, testimonio de la escasez de papel y tinta”, señala Hastings, quien asegura que Némirovsky aúna “un análisis frío e irónico con una cálida compasión”. La novela no fue publicada hasta 2004, rescatada por sus hijas, y se convirtió en un fenómeno mundial, un testimonio más de la historia sin fin de la IIGM.
Hastings recupera una frase sobre el conflicto en Yugoslavia de Milovan Djilas, segundo de a bordo de Tito que acabó convertido en disidente: “Fue una guerra en la que lo pasado pasado no estaba”. Parte de nuestra fascinación por la IIGM viene por su inmensidad y parte porque queremos pensar que eso lo hicieron y lo sufrieron otros seres humanos, porque el pasado forma parte del pasado. Libros como los de Beevor y Hastings nos enseñan muchas cosas sobre aquella guerra, pero sobre todo una: por muy incomprensible que nos resulte, pudimos ser nosotros, las víctimas. O los perpetradores.
La Segunda Guerra Mundial. Antony Beevor. Traducción de Joan Rabasseda y Teófilo Lozoya. Pasado y Presente. Barcelona, 2012. 1.200 páginas. 39 euros.
Se desataron todos los infiernos. Historia de la Segunda Guerra Mundial. Max Hastings. Traducción de David León, Gonzalo García, Cecilia Belza Crítica. Barcelona, 2012 / 2011. 880 / 896 páginas. 23,90 / 32 euros.


Antony Beevor
Militar convertido en historiador, Antony Beevor, de 66 años, había publicado unos cuantos ensayos cuando saltó a la fama en 1998 conStalingrado, su narración de la batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial, traducida a casi 30 idiomas. Aparte de las novedades que encontró en los archivos soviéticos, inauguró una forma de narrar la guerra que mezclaba la microhistoria con la gran historia. Desde entonces, ha editado obras tan importantes como Berlín. La caída, 1945 o El día D. El desembarco de Normandía.Está investigando su último libro sobre la IIGM antes de lanzarse a una biografía de Napoleón. 


Max Hastings
Cuando escribe sobre la guerra, Max Hastings, de 76 años, sabe de lo que habla: como periodista de la BBC y delEvening Standard cubrió 11 conflictos bélicos y fue el primer reportero que entró en Port Stanley durante la guerra de las Malvinas en 1982. Es autor de ensayos sobre los bombardeos británicos durante la IIGM, la batalla de Inglaterra y sobre la Operación Overlord, el desembarco de Normandía, pero, sobre todo, de libros fundamentales sobre el fin de la guerra en Oriente, Némesis. La derrota del Japón (1994-1945), y en Occidente, ArmagedónLa derrota de Alemania (1944-1945).

PRENSA CULTURAL. Una aproximación a "El artista y la modelo", película de Fernando Trueba. Por Carlos Boyero

   En "El País":

 San Sebastián 24 SEP 2012 
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Aida Folch y Jean Rochefort, en un fotograma de la película de Fernando Trueba 'El artista y la modelo'.

El artista y la modelo es una película muy púdica aunque durante casi todo el metraje la pantalla esté ocupada por una mujer desnuda, sensual, natural, sin depilar, alguien que desprende vida. Es púdica porque se niega a subrayar los sentimientos (y hay en ella muchos, profundos y complejos) con el agradecido recurso de la música. Habla entre otras cosas, como afirma su altivo y torturado protagonista, de comenzar por fin a entender la vida cuando sabes que ha llegado la hora de partir. Habla del obsesivo y casi siempre fracasado intento de encontrar la belleza artística y saber plasmarla. Habla de la trágica despedida de esas cosas que hacen vivible la vida. Ocurre en un pueblo de los Pirineos franceses en el año 1943. Un pueblo, un ambiente, una luz, unos personajes, unas sensaciones, un aroma, una forma de narrar que es vocacionalmente deudora por parte de Fernando Trueba del espíritu y la estética con la que concibió François Truffaut El niño salvajeJules et Jim y, cómo no, del Jean Renoir que rodaba en blanco y negro películas tan emocionantes como perdurables.
El anciano que la protagoniza es un escéptico sobre la naturaleza humana, capaz esta de repetir ancestral e incansablemente la barbarie que suponen las guerras, y en posesión como única bandera del poder milagroso del arte. Aunque su rostro y su actitud denotan estar familiarizados con la depresión, este escultor gruñón todavía dispone de cosas muy gratas, como que la mujer de hermosura legendaria (a la que coherentemente encarna Claudia Cardinale) que fue su modelo cuando era joven siga compartiendo su cama y su existencia con él cuando el telón está a punto de cerrarse. Los ojos de este hombre siguen fijándose en la naturaleza con una visión privilegiada y enamorada. Sus sentidos no han olvidado el inmenso placer que supone saborear unas gotas de aceite de oliva, beber vino y deleitarse observando el cuerpo de una mujer. Y aún le queda la posibilidad de recibir el regalo definitivo, encontrar la definitiva idea para crear su obra maestra, esculpiendo a una mujer joven y luminosa a pesar de llevar mucho tiempo educada en la supervivencia más dura. Ella le dará muchas cosas con las que el artista ya no se atrevía a soñar. Él le enseñará en una secuencia preciosa a ver el fondo y el proceso del arte más sublime a través del dibujo que hizo Rembrandt de una familia, los trazos que utilizó para retratar los sentimientos y la vida.

'El artista y la modelo' está hecha con ritmo, cerebro, corazón y amor
Hay muchas cosas que me fascinan en esta película a contracorriente, profunda, escrita con mimo por Carrière y por Trueba, realizada con cerebro, corazón y amor, con el ritmo y la pausa que necesita la historia, con capacidad de sugerencia, alegre y trágica. Jean Rochefort impresiona. Por su pinta, por lo que representa, lo que dice, lo que expresa, lo que insinúa y lo que calla. El tiempo no se ha ensañado con Claudia Cardinale, una de las dos o tres mujeres más guapas que ha filmado nunca la cámara y su voz mantiene aquel erotismo ronco. Hay que tener mucha confianza en tu director y un coraje notable para atreverse como hace Aida Folch a mostrar tu desnudez plano tras plano. La apuesta, a todos los niveles, era arriesgada. Yo creo que Fernando Trueba la ha ganado. Le sobran razones para estar muy contento con lo que ha hecho. El resultado estético y ético está a la altura de la ambiciosa propuesta.

PRENSA CULTURAL. LENGUA. "La lengua liberada", reportaje

La Academia está dando tiempo a 'perroflauta' a ver si se consolida. / SAMUEL SÁNCHEZ ("El País")

   En "El País":

La lengua liberada

Los judíos piden sin éxito a la RAE que elimine el vocablo judiada

¿La Academia debe ser guardián del lenguaje o también promotor?

 26 JUL 2012

El diccionario está hecho con el propósito de que se puedan consultar palabras que ayuden a comprender no solo un texto del español actual, sino de aquel con el que Quevedo adornaba sus páginas. Esa es la razón, explican en la Real Academia, de que algunos vocablos chisporroteen en la mentalidad moderna. Son molestos, ofensivos, irritantes, merecedores de cambios o acotaciones. Pero los académicos no encuentran motivos de expulsión: su misión se limita, señalan, a dar cuenta de lo que hay, el diccionario “no es más que un catálogo, nosotros no promovemos un uso ni una palabra”, solo se recoge con pretensión notarial, dice José Antonio Pascual, vicedirector de la Academia. El secretario de la institución, Darío Villanueva, comparte la opinión: “Recogemos las palabras que funcionan y podemos perfeccionar las definiciones, corregir errores..., pero no se puede concebir un diccionario celestial, porque las palabras definen lo conveniente y lo inconveniente, lo justo y lo injusto, como decía Aristóteles”.
 Diversos colectivos y personas llaman cada año a la puerta de la institución proponiendo cambios, matices, nuevas palabras. Estos días fueron los judíos quienes pidieron la expulsión definitiva del término judiada: acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos. La Academia contesta a todos, pero no siempre de acuerdo con sus requerimientos. La respuesta a este colectivo ha sido no. De una forma general, Villanueva dice: “No se puede confundir la palabra con la actitud y el sentimiento. ¿Quién admitiría un diccionario expurgado?, sería inquisitorial”.
Inquisición. Eso le recuerda al escritor Manuel Rivas, académico de la lengua gallega, que también los judíos tendrían alguna palabra para definir el sufrimiento que les infligían los guardianes de la ortodoxia católica, pero ese término no se encuentra en el diccionario. ¿Por qué? “Porque ya se sabe que quien tiene el diccionario tiene el poder”. Rivas no quiere dejarse engañar con “posiciones de supuesta neutralidad, que suelen ser conservadoras” y cree que esto cabe para diccionarios y Academias. “A veces el lenguaje es un elemento de dominación y hay que desenmascararlo”. No cree que sea exacto eso de que el lenguaje recoge la realidad, sino que “el lenguaje agresivo, de dominio, de desprecio, precede a un estado real de desprecio y de dominio. No refleja, anticipa”, dice. “El lenguaje es un campo de batalla, un espacio de lucha, es ingenuo verlo de otra forma; es un espejo de las relaciones de poder, y los que trabajan con las palabras no pueden ser ajenos a ello”, añade.

"Las palabras no reflejan, anticipan", sostiene el escritor Manuel Rivas
Así que, el escritor gallego entiende muy bien “la hipersensibilidad de ciertos colectivos” con algunos términos y “como decía Elías Canetti [el escritor sefardí]: si hay palabras para producir odio y dominar, para la guerra, también las hay para liberarse”.
Pero eso no significa que se expulsen términos, aunque el escritor no lo descarta —“En el diccionario gallego se ha quitado gitanada”— porque, a su parecer, “tirar una palabra también constituye una agresión. En la quema de libros de los nazis en 1933 no se echaba a la hoguera el libro de Freud, en realidad era quemar al propio Sigmund Freud”, ejemplifica. “No hay por qué ignorar un término, pero sí significarlo”. Lo que pide es que se incluyan palabras y que se modifiquen. De nuevo cita al diccionario gallego, donde la palabra matrimonio incluye la unión entre dos personas, independientemente de su sexo. “Eso da cabida a todo el mundo”, dice. La Real Academia también ha modificado esta entrada para ajustarla a la legislación.
Reclama, finalmente, una actitud por parte de los académicos que vaya más allá del mero reflejo de cierta realidad: pide que sean promotores, no solo notarios, a la búsqueda de esas palabras para la paz, porque “hay que llamar a la gente como quiere ser llamada, siempre fruto de un consenso”. Coinciden con él en la necesidad de cierta promoción o de iniciativas sobre la lengua por parte de la Academia algunos colectivos feministas, que han batallado por modificar o incluir algunos términos desde hace años. La economista y editora Ana Mañeru Méndez, algunos años vinculada al Instituto de la Mujer, lo explica con un ejemplo, el de la poeta norteamericana Emily Dickinson: “Se saltó todas las reglas de la lengua, las de puntuación, las mayúsculas, atribuía el género como le parecía, descolocaba las estrofas y no la destrozó ni la afeó, sino que abrió otro universo de expresión”. Cree que la lengua, “una herramienta poderosa de control y poder, no necesita tantas normas —porque se excluye a aquellos que no la usan como queda estipulado—, sino una actitud por parte de los académicos de observación, de admiración, de asombro, incluso de devoción por lo que ocurre, por cómo vive y evoluciona. Sin embargo, la Academia se limita a recoger algunos términos cuando ya es inevitable, porque el ridículo sería grande, cuando el fenómeno está consolidado”. Y finaliza: “Yo tampoco estoy por eliminar palabras, pero sí por introducir algunas, como prostituidor. El papel de la RAE debe ser activo, no de propiedad, de promotores, no de guardianes”.
Los académicos están acostumbrados a las críticas y las quejas desde 1726, con aquel primer Diccionario de autoridades. En 1818, cuando ya Fernando VII había vuelto a España con su absolutismo y su Inquisición, un fraile denunció a la Academia por su definición de caos: desorden antes de la creación. “Antes de la creación no había nada, dijo el fraile, por tanto, el texto era herético”, relata Darío Villanueva. La Academia resistió el envite. Ahora tiene normas para resistir algunos otros, que no son pocos. “Quizá esto es más desconocido, pero las empresas titulares de marcas registradas son refractarias a que esas marcas se conviertan en nombre común; tenemos maicena, teflón, zodiac, y nos piden insistentemente que las quitemos. Alegan propiedad”. La respuesta que reciben es que “la gente las usa ignorando su origen y no se puede expropiar a los hablantes de sustantivos comunes. Una cosa es la patente avalada por investigación o fórmula y otra, la palabra que la designa”, dice Villanueva.

En 1818 un fraile acusó a la Academia de herética por su definición de caos
Y para aquellos que piden una actitud promotora, esta es la respuesta: “Nosotros no inventamos, ni patrocinamos, ni promovemos. Eso puede hacerlo la gente y, si tiene éxito, podemos incluir los términos”, aclara.
Cita también las llamadas marcas del diccionario (en desuso, obsceno, coloquial, vulgar) como matices ilustrativos para aquellos vocablos que pueden resultar insultantes. A la Academia se le ha acusado de muchas cosas, reconoce Villanueva, “de gazmoños y de pacatos en términos de sexo, por ejemplo, y es verdad, se han incorporado muchas palabras que tenían que estar, como mamada”. También se les dice que no están al tanto de lo que se mueve a su alrededor, que son lentos de reacción. “Tiempo al tiempo”, dicen. “Las palabras deben pasar un mínimo de cinco años de cuarentena para ver si se consolidan. El año pasado se presentó a pleno pagafantas, que incluso daba nombre a una película; se discutió y se sometió a la revisión de continuidad: ya no se usa. Estamos viendo también si se consolida perroflauta”, menciona Villanueva. Es decir, si alcanza las condiciones que le darán entrada en el diccionario, sobre todo una frecuencia de uso.
Esta es la función de la Academia, recoger lo que se habla en la calle cuando satisface las normas establecidas. De ahí la existencia de palabras malsonantes, términos incómodos o hirientes. Después de todo, dice Villanueva, “eso no significa que los hablantes tengan la obligación de usarlos”. Cierto, pero así como un uso masivo concede la entrada en el diccionario, el desuso no la hará desaparecer nunca, porque han de quedar como referentes de un habla del pasado.
El escritor Andrés Trapiello deja esta reflexión mediante un correo electrónico: “Las palabras mueren de muerte natural, no porque lo decida ninguna Academia. La palabra judiada respondía a tiempos en los que en la España tridentina se veía a los judíos como responsables de la crucifixión, igual que la palabra jesuítico remite a cuando los jesuitas se apoderaron del Estado con malas artes. La comunidad judía o la Compañía de Jesús, que saben mucho de expulsiones, están en su derecho de pedir la expulsión de esas palabras del diccionario, pero seguirán utilizándose, si hay gente que las encuentra expresivas y en según qué contexto, o se arrumbarán por desusadas. Y como en todo, si hay personas a las que molesta, no cuesta nada, por cortesía, no usarlas; tenemos otras muchas en el diccionario para significar lo que queríamos decir con ellas”, dice.
No se conforma con esa ausencia de uso la escritora “española y judía” Esther Bendahan. “Las palabras responden a un inconsciente colectivo y su percepción sobre minorías. Si no se explican, si se descontextualizan, se las despoja del significado exacto. No digo quitarlas, porque interesa la historia de esa palabra, pero sí desactivarlas, si nos ponemos ciertas fronteras el uso va desapareciendo, hay que explicarlas. Y eso también se hace en el diccionario”.

Palabras que ofenden

ISAÍAS LAFUENTE
Es comprensible que a los judíos no les siente bien el uso de la palabra judiada para definir una mala acción. Como supongo que la Conferencia Episcopal temblará cada vez que repase el catálogo de acepciones surgidas en castellano a partir de su sagrada hostia y no es difícil intuir la indignación de cualquier colectivo de prostitutas cuando se hace referencia a sus hijos como paradigmas de malas personas o a las casas en que trabajan como lugar de desorden. Quienes no nacimos en la capital tuvimos que cargar en otros tiempos con el sambenito de ser provincianos, esto es, poco elegantes o refinados, y entre todos —la nómina a partir de los citados alcanzaría proporciones universales— podríamos constituir una nutrida organización de agraviados por la letra del diccionario si nos ponemos excesivamente finos.
Pero cargar contra él o contra los académicos que lo elaboran sería también una forma injusta de matar al mensajero. Nuestra lengua se articuló siglos antes de que se constituyese la Academia y las palabras nacieron y fluyeron durante ese tiempo libremente antes de ser atrapadas y definidas en un diccionario. En ellas se encierra lo mejor y lo peor del alma de un pueblo, y juntas constituyen un riquísimo catálogo en el que conviven términos nobles e inmundos, cultos y vulgares, hermosos y malsonantes, que proyectan una visión del mundo en parte precisa y en parte cargada de tópicos y prejuicios.
El diccionario da fe —o debería— de todos y es un instrumento que nos permite desentrañar el habla actual, pero también un rico yacimiento en el que encontramos fosilizadas palabras que nos ayudan a comprender el habla que fue. El trabajo de los académicos consiste en certificar el uso asentado de las palabras, para no acoger en el diccionario, que tiene vocación de permanencia, términos con corta fecha de caducidad. Y una vez aceptados, su misión es la de definirlos y contextualizarlos de manera precisa, con indicaciones que hagan referencia, si es el caso, a su carácter vulgar, despectivo o malsonante y a la vigencia o no de su uso. Que una palabra esté en el diccionario no significa que sea recomendable. En el caso de judiada, su carácter peyorativo está en su ADN a través del sufijo —como en alcaldada, sin que eso suponga menosprecio de las acertadas decisiones de los regidores municipales—, pero además en su cuidada definición la RAE subraya la “tendenciosidad” de su uso.
¿Podría matizarse más? Quizá. Pero, aunque todo es legítimamente discutible, pretender que la solución pasa por excluir la palabra del diccionario parece excesivo, salvo que en nombre de lo políticamente correcto mutilemos la mitad del diccionario. Casi tan absurdo como la resistencia de los académicos, que desde luego no son perfectos, a incluir términos globalmente aceptados desde hace décadas como el de violencia de género, usando argumentos que se ignoran al asumir otros neologismos.
Isaías Lafuente es periodista y escritor, responsable de la Unidad de Vigilancia Lingüística de la cadena SER.