lunes, 30 de noviembre de 2009

POESÍA. Rubén Martín Díaz gana el premio Adonáis



En una entrada anterior, se reproducía la noticia de "El País", en la que se informaba de que el albaceteño Rubén Martín Díaz había sido el ganador del premio Adonáis de Poesía. Pero los poemas que aparecían eran de otro Rubén Martín, del poeta granadino autor de Radiografía del temblor. Un comentario anónimo -de "Asesino de espejos"; ver en los seguidores del blog. GRACIAS- ha revelado el error. Así que adjuntamos el comentario, en la entrada anterior, y la corregimos.

A continuación, un poema del ganador del Adonáis, de su libro Contemplación:

TARDE EN EL JARDÍN
Sobre la casa
las aves se descuelgan desde el cielo.


Estás sentada en el jardín, la tarde
resbala por tus hombros
mientras conversas con tu gran amiga.


Miro las aves descolgadas
y tus hombros manchados por la luz.
Observo el hueco limpio de tu boca,
las palabras que muerdes con los labios,
tu sonrisa cercana como un beso
y el tono amoratado de la noche,
que ya se asoma,
bordeando tus ojos
como a un fruto maduro.


Cualquier tarde es distinta
si la miro en tu cuerpo.

COEDUCACIÓN. "El amor no es ciego"

Abre Los Ojos El Amor No Es Ciego

HISTORIA. HISTORIA DE ROMA.



Todos los interesados en la Roma antigua pueden aumentar sus conocimientos sobre el tema gracias a la página www.imperivm.org. Navegar por ella resulta muy sencillo y está dividida en tres grandes secciones -todas ellas accesibles desde el directorio de contenidos-: artículos que abarcan textos sobre temas políticos, culturales, militares, arquitectónicos...; una biblioteca de textos clásicos -griegos y romanos- ordenados por civilización y autor, y una sección de mapas, tanto de territorios como de ciudades. Entre los últimos artículos añadidos se cuentan "La guardia pretoriana", "Las vírgenes vestales y la diosa Vesta", "El edil romano", "Scutum, el escudo romano" y "Listado de las tribus en la ciudad de Roma".
Fuente: Revista CLÍO. Nª 98. Diciembre 2009

POESÍA. Rubén Martín gana el Premio Adonáis



La noticia, en "El País":
El poeta albaceteño Rubén Martín Díaz ha ganado hoy la 63 edición del Premio Adonáis de Poesía por su obra El minuto interior.
El jurado ha otorgado tres accésits: a Verónica Aranda Casado por Cortes de luz, a Daniel Casado Porras por Oscuro pez del fondo y a Mario Lourtau López por su obra Quince días de fuego.
Martín, nacido en 1980, fue ganador del Premio Nacional de Poesía para jóvenes poetas de la Fundación Siglo Futuro-Caja de Guadalajara por su primer libro, Contemplación, y del primer Premio de Poesía del Certamen de Jóvenes Artistas de Castilla-La Mancha 2009.
El jurado del premio estuvo compuesto por Carmelo Guillén Acosta, Joaquín Benito de Lucas, Julio Martínez Mesanza y Antonio Colinas.
El premio, que no tiene dotación económica y reconoce el trabajo de un poeta menor de 35 años, establece la publicación de la obra ganadora por ediciones Rialp.

A continuación, podemos leer unos poemas:
(Estos poemas son de Rubén Martín, autor granadino. Pertenecen a su libro Radiografía del temblor. Para ver un poema del ganador del Adonáis, ver entrada más arriba).
NO MÁS SÚPLICAS
No más súplicas.
Que tan sólo nos eclipse nuestra carne
y se nos caigan las luces al suelo.
Ven, a oscuras,
el silencio hecho tacto por delante;
dibújame en la piel un sótano, una ausencia,
un grito en la espina dorsal, un camino a casa.
Que ese camino nunca termine.
Que el miedo no se acueste entre nosotros.
 
LÍMITES
Cómo salirse de uno mismo
sin que duelan los contornos,
entre el cuerpo y la memoria qué rendija puede abrirse
y dejarnos asomar; 
más allá de los dientes,
más allá de los túneles del metro, del temblor
en las sillas azules,
pulsando el borde mismo de la respiración:
descender por la escalera de tu propio movimiento,
escaparse desde el éxtasis y no mirarse atrás.
 
RADIOGRAFÍA DEL TEMBLOR
La punta de una aguja
se aproxima
a tu pupila; la sientes contraerse,
desafiar el miedo imitando su filo,
aceptando sus reglas. Movimiento
invisible, de tan lento, de tan ínfimo:
¿A cuánto tiempo aspiras? ¿Una vida,
unos milímetros, un mundo?
Y la aguja
parece no avanzar, y tu mirada
va pactando en secreto, con paciencia infinita,
el encuentro final de acero y ojo.

POEMA DEL DÍA. "Dos palabras", de Alfonsina Storni



Dos palabras
Esta noche al oído me has dicho dos palabras
comunes. Dos palabras cansadas
de ser dichas. Palabras
que de viejas son nuevas.

Dos palabras tan dulces que la luna, que andaba
filtrando entre las ramas,
se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
moverme para echarla.

Tan dulces dos palabras
—que digo sin quererlo— ¡oh, qué bella, la vida!—.
Tan dulces y tan mansas
que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

Tan dulces y tan bellas
que, nerviosos, mis dedos,
se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
cortar estrellas.

CUENTO DEL DÍA. "La muerta", de Guy de Maupassant



La muerta
¡La había amado desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria.
Voy a contarles nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo.
Y luego ella murió. ¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche llegó a casa muy mojada, porque estaba lloviendo intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió durante una semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió, pero los médicos llegaron, escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas, y algunas mujeres se las hicieron beber. Sus manos estaban muy calientes, sus sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes. Cuando yo le hablaba me contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo, todo, todo! Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo: "¡Ah!", ¡y yo comprendí!¡Y yo comprendí!
Me consultaron acerca del entierro pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí recuerdo el ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella dentro. ¡Oh! ¡Dios mío!¡Dios mío!
¡Ella estaba enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas... mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de las calles, regresé a casa y al día siguiente emprendí un viaje.
*
Ayer regresé a París, y, cuando vi de nuevo mi habitación -nuestra habitación, nuestra cama, nuestros muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano después de su muerte-, me invadió tal oleada de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la ventana y de arrojarme a la calle. No podía permanecer ya entre aquellas cosas, entre aquellas paredes que la habían encerrado y la habían cobijado, que conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en sus imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y, antes de llegar a la puerta, pasé junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había colocado allí para poder contemplarse todos los días de la cabeza a los pies, en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía bien, y era lindo, desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.
Me detuve delante de aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces... tantas veces, tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí de pie, temblando, con los ojos clavados en el cristal -en aquel liso, enorme, vacío cristal- que la había contenido por entero y la había poseído tanto como yo, tanto como mis apasionadas miradas. Sentí como si amara a aquel cristal. Lo toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo, ardiente espejo, horrible espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el hombre cuyo corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él, todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en su amor! ¡Cuánto sufro!
Me marché sin saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una cruz de mármol blanco, con esta breve inscripción:
"Amó, fue amada y murió".
¡Ella está ahí debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo, y permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que estaba oscureciendo, y un extraño y loco deseo, el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé pasar la noche, la última noche, llorando sobre su tumba. Pero podían verme y echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando una solución, me puse en pie y empecé a vagabundear por aquella ciudad de la muerte. Anduve y anduve. Qué pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y, sin embargo, no son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros necesitamos grandes casas, anchas calles y mucho espacio para las cuatro generaciones que ven la luz del día al mismo tiempo, beber agua del manantial y vino de las vides, y comer pan de las llanuras.
¡Y para todas estas generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido, aquí no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra. ¡Adiós!
Al final del cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua, donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las propias cruces están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen mañana. Está llena de rosales que nadie cuida, de altos y oscuros cipreses; un triste y hermoso jardín alimentado con carne humana.
Yo estaba solo, completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me escondí entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, agarrándome al tronco como un náufrago se agarra a una tabla.
Cuando la luz diurna desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente, lentamente, silenciosamente, hacia aquel terreno lleno de muertos. Anduve de un lado para otro, pero no conseguí encontrar de nuevo la tumba de mi amada. Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos, mis pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla. Anduve a tientas como un ciego buscando su camino. Toqué las lápidas, las cruces, las verjas de hierro, las coronas de metal y las coronas de flores marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos por encima de las letras. ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!
No había luna. ¡Qué noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos senderos entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo tumbas! A mi derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había tumbas. Me senté en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas empezaron a doblarse. ¡Pude oír los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué? Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido en mi cabeza, en la impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo permanecí allí. Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a morir.
Súbitamente, tuve la impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de levantarla. Di un salto que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi claramente cómo se levantaba la losa sobre la cual estaba sentado. Luego apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde abajo con su encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En la cruz pude leer:
"Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue bueno y honrado y murió en la gracia de Dios".
El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero, una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A continuación, con la punta del hueso de lo que había sido su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de fósforo:
"Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo y murió en pecado mortal".
Cuando hubo terminado de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas y que todos habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas, sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos habían sido atormentadores de sus vecinos, maliciosos, deshonestos, hipócritas, embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que habían robado, engañado, y habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres, aquellas fieles esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos ellos estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban vivos.
Pensé que también ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella, convencido de que la encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin ver su rostro, el cual estaba cubierto por un velo negro; y en la cruz de mármol donde poco antes había leído:
"Amó, fue amada y murió".
Ahora leí:
"Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amante, pilló una pulmonía y murió".
Parece que me encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.

LECTURA. "Cándido", de Voltaire (9)



Capítulo XII
Prosiguen las desgracias de la vieja
Atónita y alborozada de oír el idioma de mi patria y no menos sorprendida de las palabras que decía aquel hombre, le respondí que mayores desgracias había que el desmán de que se lamentaba, informándole en pocas palabras de los horrores que había sufrido; después de esto volví a desmayarme. Me llevó a una casa vecina, hizo que me metieran en la cama y me dieran de comer, me sirvió, me consoló, me halagó, me dijo que no había visto nunca en su vida criatura más hermosa ni había sentido nunca más que ahora la falta de aquello que nadie podía devolverle.
-Nací en Nápoles -me dijo-, donde castran todos los años a dos o tres mil chiquillos; unos se mueren, otros adquieren mejor voz que las mujeres y otros van a gobernar Estados. Me hicieron esta operación con suma felicidad, y he sido músico de la capilla de la señora princesa de Palestrina.
-¡De mi madre! -exclamé.
-¡De su madre! -exclamó llorando-. ¡Conque es usted aquella princesita que crié yo hasta que tuvo seis años y daba muestras de ser tan hermosa como es usted!
-Ésa misma soy, y mi madre está a cuatrocientos pasos de aquí, hecha tajadas, bajo un montón de cadáveres...
Le conté entonces cuanto me había sucedido, y él también me narró sus aventuras, y me dijo que era ministro plenipotenciario de una potencia cristiana ante el rey de Marruecos, para firmar un tratado con este monarca, en virtud del cual se le suministrarían navíos, cañones y pólvora para ayudarle a exterminar el comercio de los demás cristianos.
-Ya he terminado mi misión -añadió el honrado eunuco-, y me voy a embarcar a Ceuta, de donde la llevaré a usted a Italia. Ma che sciagura d'essere senza cogl...
Dile las gracias vertiendo tiernas lágrimas, y, en vez de llevarme a Italia me condujo a Argel, y me vendió al Dey. Apenas me había vendido, se manifestó en la ciudad con toda su furia aquella peste que ha dado la vuelta por África, Europa y Asia. Señorita, usted ha visto temblores de tierra; pero, ¿ha padecido la peste?
-Nunca -respondió la baronesa.
-Si la hubiera padecido confesaría usted que con ella no tienen comparación los terremotos. Es muy frecuente en África, y yo la he padecido. Figúrese usted qué situación para la hija de un papa, de quince años de edad, que en el espacio de tres meses había sufrido pobreza y esclavitud, había sido violada casi todos los días, había visto hacer cuatro pedazos a su madre, había padecido las plagas de la guerra y del hambre y se moría de la peste en Argel. Verdad es que no morí; pero pereció mi eunuco, el Dey y casi todo el serrallo.
Cuando calmó un poco la desolación de esta espantosa peste, vendieron a los esclavos del Dey. Me compró un mercader que me llevó a Túnez, donde me vendió a otro mercader, el cual me revendió en Trípoli; de Trípoli me revendieron en Alejandría, de Alejandría en Esmirna y de Esmirna en Constantinopla: al cabo vine a parar a manos de un agá de los jenízaros, que en breve recibió orden de ir a defender a Azof contra los rusos, que la tenían sitiada.
El agá, hombre muy elegante, llevó consigo a todo su serrallo, y nos alojó en un fortín sobre la laguna Meótides, guardado por dos eunucos negros y veinte soldados. Fueron muertos millares de rusos, pero nos pagaron con creces: entraron en Azof a sangre y fuego y no se perdonó edad ni sexo; sólo quedó nuestro fortín, que los enemigos quisieron tomar por hambre. Los veinte jenízaros juraron no rendirse; los apuros del hambre a que se vieron reducidos los forzaron a comerse a los dos eunucos por no faltar al juramento, y al cabo de pocos días resolvieron comerse a las mujeres.
Teníamos un imán, muy piadoso y caritativo, que les predicó un sermón elocuente, exhortándolos a que no nos mataran del todo. Cortad, dijo, una nalga a cada una de estas señoras, con la cual os regalaréis a vuestro paladar; si es menester, les cortaréis la otra dentro de algunos días: el cielo remunerará obra tan caritativa y recibiréis socorro.
Como era tan elocuente, los persuadió y nos hicieron tan horrorosa operación. Nos puso el imán el mismo ungüento que se pone a las criaturas recién circuncidadas: todas estábamos a punto de morir.
Apenas habían comido los jenízaros la carne que nos habían quitado, desembarcaron los rusos en unos barcos chatos, y no se escapó con vida ni siquiera un jenízaro: los rusos no tuvieron consideración por el estado en que nos hallábamos. En todas partes se encuentran cirujanos franceses; uno que era muy hábil nos tomó a su cargo y nos curó, y toda mi vida recordaré que, así que se cerraron mis llagas, me requirió de amores. Nos exhortó luego a tener paciencia, afirmándonos que lo mismo había sucedido en otros muchos sitios y que era ésa la ley de la guerra.
Luego que pudieron andar mis compañeras, las condujeron a Moscú, y yo cupe en suerte a un boyardo que me hizo su hortelana y me daba veinte zurrazos diarios. Al cabo de dos años fue descuartizado este señor, con una treintena de boyardos, por no sé qué enredo de palacio; aprovechándome de la ocasión me escapé, atravesé la Rusia entera y serví mucho tiempo en los mesones, primero de Riga y luego de Rostock, de Vismar, de Lipsia, de Casel, de Utrech, de Leyden, de La Haya y de Rotterdam. Así he envejecido en el oprobio y la miseria, con no más que la mitad del trasero, siempre acordándome de que era hija de un papa. Cien veces he querido suicidarme; mas me sentía con apego a la vida. Acaso esta ridícula flaqueza es una de nuestras propensiones más funestas; ¿hay mayor necedad que empeñarse en llevar continuamente encima una carga que siempre anhela uno tirar por tierra; horrorizarse de su existencia y querer existir, acariciar la serpiente que nos devora hasta que nos haya comido el corazón?
En los países a donde me ha llevado mi suerte, y en los mesones donde he servido, he visto infinita cantidad de personas que execraban su existencia; pero sólo he visto doce que pusieron fin voluntariamente a sus cuitas: tres negros, cuatro ingleses, cuatro ginebrinos y un alemán llamado Robek. Al fin me tomó por criada el judío don Isacar, y me llevó junto a usted, hermosa señorita, donde sólo he pensado en su felicidad, interesándome más en sus aventuras que en las mías; y nunca hubiera mentado mis desgracias si no me hubiera usted picado un poco, y si no fuese costumbre de los que viajan contar cuentos para matar el tiempo. Señorita, tengo experiencia y sé lo que es el mundo; vaya usted preguntando a cada pasajero, uno por uno, la historia de su vida, y mande que me arrojen de cabeza al mar si encuentra uno solo que no haya maldecido cien veces de la existencia y que no se haya creído el más desventurado de los mortales.

PRENSA. LITERATURA. El premio Cervantes, para el mexicano José Emilio Pacheco



Información en "El País": El mexicano José Emilio Pacheco gana el Cervantes.

Si vamos a la etiqueta "Pacheco José Emilio", en este blog, aparecen dos entradas: en una de ellas, una entrevista; en la otra, una pequeña antología poética.

De todas formas, otro poema:

A quien pueda interesar
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía


A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo


La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida

PRENSA. José Viñals, poeta, en el recuerdo



En "El País", este artículo firmado por Ginés Donaire:

José Viñals, poesía y compromiso político
José Viñals está considerado uno de los escritores imprescindibles de la literatura española contemporánea. El poeta, ensayista, dramaturgo y narrador de novelas y cuentos, falleció el 27 de noviembre, a los 79 años, en Málaga, adonde había trasladado su residencia hace unos años desde Jaén, la ciudad donde recaló en 1979, primero por motivos familiares y después, políticos. Nacido en la localidad argentina de Corralito (Córdoba), en 1930, poseía un mundo lírico de gran riqueza y complejidad en el que desde un comienzo se percibía un profundo dominio de los recursos expresivos. Su obra poética, despojada de todo lo innecesario y ligada a una constante búsqueda, conmueve hasta lo inesperado.
De padres españoles (sus antepasados procedían de Losar de la Vera, en Cáceres), desarrolló en Argentina durante los años cincuenta una intensa actividad en el mundo del arte, el cine y la fotografía. Su primer libro de poesía, Entrevista con el pájaro (1969) está considerado como una obra de culto en el contexto de la pos-vanguardia lírica de Latinoamérica. Sin embargo, el gran flujo de producción y publicaciones -más de una treintena de títulos- la hizo en España, como Milagro a milagro (Hiperión, 2000), Padreoscuro (Montesinos, 1998) o He amado (La Poesía, señor hidalgo, 2006).


Ética y surrealismo


El también poeta Guillermo Fernández Rojano definía así la obra de su amigo y maestro: "Primero, un mestizaje vocacional entre la poesía y el pensamiento europeo y un compromiso político activo adquirido, en plena adolescencia, durante la dictadura de Perón, filtrado estéticamente por el surrealismo argentino, encabezado por Aldo Pellegrini, a quien Viñals consideraba un maestro". No obstante, el verdadero nutriente de su obra estaba en Rimbaud, Baudelaire, Lautrèmont, Saint-John Perse y, más lejanamente, Blake, Rilke, Novalis, Hölderlin o Ungaretti. Entre los españoles, prefería a Gamoneda, Diego Jesús Jiménez, Juan Carlos Mestre y Jorge Riechmann.
José Viñals tenía un discurso ético comprometido con la precaria condición del ser humano, la redención del hombre por medio del amor y la inevitable gravitación estética de su palabra. Hace tres años, cuando presentó su libro de poesía He amado, 11 volúmenes de temática amatoria y con la mujer como epicentro, ya dejaba clara su ideología: "La poesía si no es de izquierdas no es de vanguardia".
El pasado mes de marzo, cuando su salud ya se resentía, fue homenajeado por el Centro Andaluz de las Letras, dentro del ciclo Letras Capitales y rodeado de algunos de sus amigos y discípulos, como Juan Manuel Molina Damiani, Martín Lerma, Miguel Viribay o Dámaso Chicharro Chamorro.


Ahora, uno de sus poemas:

Lentas las piedras
y más lentos los pájaros.
Comienza el mundo
a detenerse.


El sencillo
argumento
de la vida:
libando
ha muerto
el colibrí.


Son estorbo
las vísceras.
Es estorbo
la orina.
Y la sangre.
Y el alma.
   (De Elogio de la miniatura).

PRENSA. 30 noviembre 2009


En "El País":

1. El arte como espejo del tiempo. Reportaje de Ángeles García. Fusi y Calvo Serraller narran la historia de España en 50 cuadros.

2. Razones de un 'sabinazo'. Diego A. Manrique comenta el último disco de Joaquín Sabina.

3. La hora del 'orgullo gordo'. Reportaje de David Alandete. Las personas obesas de EE UU reclaman que no se les discrimine. Dicen que su persecución es comparable al racismo o la homofobia.  

4. Los presos por violencia machista aumentan un 50% en un año. Por Pere Ríos. La reincidencia y el endurecimiento del Código Penal elevan los reclusos a 4.100.

5. La enseñanza, contra los tópicos del profesorado. Por J.A. Aunión. La Semana Monográfica de Santillana analiza la realidad del docente.

6. José Viñals, poesía y compromiso político. Obituario, por Ginés Donaire.

domingo, 29 de noviembre de 2009

PRENSA. "Esos saberes irrelevantes", artículo de Javier Marías



Reproducimos el artículo del escritor Javier Marías, aparecido en "El País Semanal":

Esos saberes irrelevantes
En algún lugar vi la noticia, un breve, una curiosidad, una anécdota sin importancia. Lamenté que fuera tan escueta, me habría gustado conocer más detalles del asunto, no tan baladí para mí como para quienes lo recogieron. Al parecer, una joven española, aspirante a ganar el certamen "Reina Hispanoamericana 2009", al preguntársele por el año en que Colón descubrió América, contestó que "en 1780". Da curiosidad saber por qué diablos eligió esa fecha disparatada, en vez de responder "No lo sé", que habría resultado más disculpable. ¿Por qué 1780? ¿Cómo creerá la joven que era el mundo en ese año? ¿Sabrá que pertenece al siglo XVIII o ni siquiera le habrán enseñado cómo calcular los siglos? ¿Sabrá lo que es un siglo? Si hubiera dicho "1789", podríamos pensar que se confundió de fecha célebre. Pero, ¿1780? En verdad un arcano. La noticia añadía algo, quizá más sintomático y revelador todavía: se conoce que a la muchacha le quisieron sacar los colores por su metedura de pata en un programa de TVE, pero ella se defendió con desparpajo y afirmó: "Es irrelevante saber eso".
Es fácil no conceder importancia a la cosa y consolarse con la asentada idea de que todas las misses y aspirantes a tales son ignorantes por definición y tontas de baba. Sus grititos, sus llantos y sus obviedades han sido parodiados hasta la saciedad en películas y programas de humor. ¿Qué se puede esperar de una miss? Ya se sabe. Pero la joven en cuestión era probablemente una chica normal hasta hace cuatro días. Habrá ido al colegio como cualquiera, y quién sabe si no habrá terminado su bachillerato o su ESO o como quiera que se llame ahora. Habrá llegado a sus dieciocho o veinte años con alguna instrucción, y la prueba es que le viene a la cabeza la palabra "irrelevante", algo que en nuestro tiempo no está al alcance de todos. Yo me temo que sus dos respuestas, la de 1780 y la de la irrelevancia, las podrían haber dado numerosos jóvenes que nada tuvieran que ver con concursos de belleza y no pocos adultos actuales, entre ellos, sin duda, algunos de los periodistas televisivos que le quisieron sacar los colores, sólo que a ellos no se les hacen esas difíciles preguntas con cámaras delante.
"Es irrelevante saber eso". En cierto sentido no le falta razón a la candidata a "Reina", porque lo mismo opinaron, a buen seguro, cuantos profesores tuvo en su vida y los responsables de Educación -gubernamentales y autonómicos- de las últimas dos o tres décadas, que han hecho todo lo posible por convertir a España en una sociedad de iletrados, de ignorantes ufanos de su ignorancia, de primitivos duchos en tecnología; así como un buen número de progenitores, que se han dedicado a exigir a los docentes que enseñen a sus vástagos "cosas prácticas", que les sirvan para ganarse la vida en el futuro, y no pierdan el tiempo con lo "irrelevante". ¿Sirve de algo el latín, una lengua cadáver? ¿Sirven las matemáticas, cuando tenemos calculadoras que nos dan el resultado de cualquier operación en el acto? ¿Sirven la gramática, la sintaxis y la ortografía, si da lo mismo cómo se hable y se escriba? ¿Sirve conocer la historia, si basta con buscar en Internet para averiguar al instante quién fue tal personaje o qué pasó tal año? ¿Sirve la geografía, si cogemos aviones que nos trasladan a cualquier sitio en unas horas y nos trae sin cuidado el trayecto? ¿Sirve algo de algo? ¿Y qué es, pues, "lo práctico"? Tal vez sólo aprender a manejar el ordenador y la calculadora. En realidad, ¿para qué es necesario ir a la escuela? ¿Para tener una idea del mundo, del pasado de la humanidad, de la historia del arte y de las religiones, de la evolución de las ciencias, de nuestra anatomía, de los textos que se han escrito, de la multiplicación y la división y la suma y la resta, del círculo y el triángulo? Nada de eso es "práctico" ni ayuda a ganarse la vida, no digamos a ser Reina Hispanoamericana. Y sin embargo ...
La educación no son sólo conocimientos y datos. Es parte esencial de lo que solía llamarse "formación", esto es, la conversión de los individuos en personas, no en seres animalescos que caen en el mundo sin tener noción de lo que hubo antes que ellos, incapaces de asociar dos hechos, de distinguir entre causa y efecto, de articular dos frases inteligibles, de pensar y razonar, de comprender un texto simple. Esta es la clase de ser que cada día abunda más en nuestra sociedad intelectualmente rudimentaria. El problema es que, por algún misterio, a la postre esos seres no resultan "prácticos" ni se pueden ganar la vida, la vieja aspiración de sus ya embrutecidos padres. No es raro ver en la televisión a jóvenes y no tan jóvenes que dicen en estos tiempos de crisis: "Yo no quiero estudiar, lo que quiero es que me den un trabajo para ganar dinero". A menudo tienen tal pinta de cabestros que me descubro pensando con pena: "Pero, hombre de Dios, ¿cómo te va a dar nadie un trabajo si es obvio que no te han enseñado nada y que aún no sirves ni para pegar un sello? Si yo fuera un empresario, no te contrataría". Me temo que los que lo sean pensarán otro tanto: "No necesito a un animal tecnológico, que sepa darle a las teclas según se le ordene, pero sin tener ni idea de lo que hace. No necesito a una persona incompleta. Tráiganme a alguien civilizado, con conocimientos irrelevantes, de los que permiten desenvolverse en el mundo".

PRENSA. 29 noviembre 2009 (2)


En suplementos de "El País":

1. Bophal sigue muriendo. Reportaje de Ana Gabriela Rojas. El jueves se cumplen 25 años del terrible escape tóxico en la ciudad india. Tras decenas de miles de muertes, el veneno liberado aún sigue matando y destrozando vidas.

2. Nietzsche y los enemigos públicos. Artículo de Bernard Henri-Lévy. El anuncio hecho por una página web del reparto gratuito de dinero en el centro de París degeneró en un motín urbano y sacó a la luz el malestar de la civilización democrática.

3. La mujer pantera. Artículo de Elvira Lindo.

4. El 'blog' que mueve la isla. Por Mauricio Vicent. Comenzó su bitácora como un "exorcismo". Ahora es más que un emblema de la crítica al Gobierno cubano. Yoani Sánchez ha transformado la manera de hacer disidencia. Y denuncia que fue golpeada por ello.

5. Nellie, la reportera original. Reportaje de Lola Huete.

6. Por qué cuesta automotivarse. Reportaje de psicología de Xavier Guix. Mientras los estímulos nos llegan de fuera, estar motivado es más fácil. El problema empieza cuando las fuerzas, las ganas y la voluntad tienen que partir de uno mismo y se nota que nos falta práctica en esta disciplina.

7. "Las mujeres de los países ricos vuelven a tener hijos". Entrevista a Anna Cabré. Por Malén Aznárez. Toda una lección escuchar a esta experta en demografía hablar de la evolución de las sociedades: matrimonios, fecundidad, gente mayor… Tenemos que cambiar muchos prejuicios.

8. El reino que quiso medir la felicidad. Reportaje de Pablo Guimón. ¿Y si los indicadores económicos no fueran suficientes para medir el bienestar de una sociedad? Hace 35 años, en un aislado reino del Himalaya, un carismático rey decidió que era más importante la felicidad interior bruta que el producto interior bruto. Hoy, Bután es la democracia más joven del mundo y el exótico campo de pruebas de uno de los debates más interesantes del pensamiento económico global.

9. Esos saberes irrelevantes. Artículo de Javier Marías.

PRENSA. Juan Carlos Onetti: "El pozo"



En "El Día de Córdoba":

El fondo negro de Onetti


Se cumplen 70 años de la publicación de 'El pozo', novela fundacional del escritor uruguayo · El aniversario se suma al centenario del nacimiento del autor.

J. A. Sanz (Efe)

Uruguay conmemorará en diciembre el septuagésimo aniversario de la publicación de El pozo, una obra fundacional para la literatura latinoamericana que marca ya la ruta del laberinto imaginario de Juan Carlos Onetti. Tras muchos avatares, Onetti (1909-1994) publicó en 1939 esta novela corta de apenas 100 páginas, que se aparta de lo que por aquel entonces se escribía en el ámbito rioplatense y que comparte mucho, sin haberla leído, con la literatura existencial que se forjaba en Francia. El homenaje que el mundo cultural hará a El pozo cerrará el Año Onetti, que en 2009 ha celebrado el centenario del nacimiento, el 1 de julio, del autor uruguayo que, junto al poeta Mario Benedetti, más ha influido en la literatura en castellano del siglo XX.
"El pozo es crucial para entender la obra de Onetti", pues "la mayor parte de los temas importantes para este escritor están ya en esta novela", explica Hortensia Campanella, editora de las obras completas del escritor y directora del Centro Cultural de España en Montevideo, una de las instituciones que han participado en el centenario.
El protagonista de El pozo, Eladio Linacero, evade la soledad y el fracaso que definen su vida con la ensoñación y la búsqueda de otra dimensión que, en definitiva, encienda una luz en la oscuridad que lo rodea. "Me hubiera gustado clavar la noche en el papel, como a una gran mariposa nocturna. Pero en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra, inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo", culmina Linacero en su intento de escribir unas memorias. Ahí está "la insatisfacción del ser humano con su propia vida, la conciencia de que la muerte es una condena que marca al hombre desde su nacimiento, con el tema del soñador, al intentar superar estos problemas a través del sueño, de la creación", subraya Campanella. El otro gran tema, precisa, "es el fracaso de todos esos intentos".
El pozo fue "un texto avanzadísimo para su tiempo. Mucha gente lo compara con La náusea de Sartre. En todo caso es una atmósfera común, puesto que Onetti no conocía La náusea. Y, si es cierto que lo había escrito siete años antes, entonces fue anterior a Sartre", explica la editora y crítica. La autora, también biógrafa de Mario Benedetti, relata el proceso que Onetti se atribuyó a la hora de escribir por primera vez El pozo, en realidad a principios de los años 30. Vivía por entonces Onetti en Argentina, donde imperaba el férreo mandato de José Félix Uriburu; impedido de poder comprar cigarrillos un fin de semana, el incipiente literato uruguayo y ya fumador empedernido "en la desesperación escribió El pozo", aunque esta primera versión se perdió después", cuenta Campanella.
"En 1939, sus amigos Juan Cuña y Castel, que tenían una pequeña editorial que estaba sacando libros de poesía, le pidieron un texto breve y él rehizo El pozo", agrega. "Lo imprimen de forma muy modesta, en papel de estraza, y colocan en la tapa un dibujo que había realizado la entonces esposa y prima hermana de Onetti (María Julia), y al que se le agregó la firma falsa de Picasso, un ingrediente más que se suma a la leyenda y la aureola que rodean a este libro y a Onetti", indica por su parte el escritor Wilfredo Penco. El pozo es "una obra fundacional" y "una apuesta por la escritura", sin atarse "a ciertas formas tradicionales que hasta entonces imperaban en la literatura uruguaya y también hispanoamericana", destaca Penco, también director de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Penco subraya que Onetti "nunca fue un escritor de multitudes" y tampoco lo será en el futuro, "por más que se promueva su obra". En cambio, en opinión de Campanella, ahora "se le está leyendo más, distintas generaciones se incorporan a su lectura" y El pozo es "una excelente puerta de ingreso" a su obra.
Onetti murió en Madrid el 30 de mayo de 1994, después de haberse negado durante las últimas dos décadas de su vida a levantarse de la cama, donde recibía a amigos, periodistas y escritores. Con todos sus fantasmas intactos.

A continuación, las primeras páginas de El pozo:

           Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios.
           Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativa­mente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros.
          Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo:
           —“Date cuenta, serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”.
          Era una mujer chica, con unos dedos alargados en las puntas, y lo decía sin indignarse, sin levantar la voz, en el mismo tono mimoso con que salu­daba al abrir la puerta. No puedo acordarme de la cara; veo nada más que el hombro irritado por las barbas que se le habían estado frotando, siempre en ese hombro, nunca en el derecho, la piel colorada y la mano de dedos finos señálandola.
          Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de la prostituta. Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban, como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico an­daba en cuatro patas, con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente, toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso.
          Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco.
          No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cua­renta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde.
          Encontré un lápiz y un montón de proclamas aba­jo de la cama de Lázaro, y ahora se me importa poco de todo, de la mugre y el calor y los infelices del patio. Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo.
          Ahora se siente menos calor y puede ser que de noche refresque. Lo difícil es encontrar el punto de partida. Estoy resuelto a no poner nada de la Infancia. Como niño era un imbécil: sólo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el tiempo de la Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y podría llenar libros.
          Dejé de escribir para encender la luz y refrescarme los ojos que me ardían. Debe ser el calor. Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños. Desde alguna pesadilla, la más lejana que recuerde, hasta las aventuras en la cabaña de troncos. Cuando estaba en la estancia, soñaba muchas noches que un caballo blanco saltaba encima de la cama. Recuerdo que me decían que la culpa la tenía José Pedro porque me hacía reír antes de acostarme, soplando la lámpara eléctrica para apagarla.
          Lo curioso es que, si alguien dijera de mi que soy “un soñador”, me daría fastidio. Es absurdo. He vivido como cualquiera o más. Si hoy quiero hablar de los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la gana, sim­plemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más interesantes, mejor ordenadas. Pero me quedo con la de la cabaña porque me obligará a contar un prólogo, algo que me sucedió en el mundo de los hechos reales hace unos cuarenta años. También podría ser un plan el ir contando un “suceso” y un sueño. Todos quedaríamos contentos.
          Aquello pasó un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro. No sé si tenía 15 o 16 años; sería fácil determinarlo pensando un poco, pero no vale la pena. La edad de Ana María la sé sin vacila­ciones: 18 años. 18 años, porque murió unos meses después y sigue teniendo esa edad cuando abre por la noche la puerta de la cabaña y corre sin hacer ruido, a tirarse en la cama de hojas.

PRENSA. ENTREVISTA. Eduardo García, Premio Nacional de la Crítica de Poesía


Fotografía aparecida en "El Día de Córdoba"

En "El Día de Córdoba":

"En Córdoba existen dos 'córdobas', y cada una cohabita por su lado"


Nacido en Sao Paulo, criado en Madrid y residente en la ciudad desde hace dos décadas, el último Premio Nacional de la Crítica de Poesía asegura que asistimos a una "decadencia cultural".

FÉLIX R. CARDADOR

Eduardo García es el último Premio Nacional de la Crítica de Poesía. Gran poeta, profesor de Secundaria y buen tipo. Nació en la ciudad brasileña de Sao Paulo en el ecuador de los años 60, se crió en Madrid y a principios de los 90 recaló en Córdoba, donde ejerce su labor docente en el instituto Averroes. La entrevista con el autor de libros claves de la poesía española reciente como Horizonte o frontera y La vida nueva tiene lugar en una céntrica cafetería, un viernes de noviembre que, sin embargo, tiene ya aromas nítidamente navideños. Tal vez por ello, suceden cosas un tanto especiales. Por ejemplo, en un momento de la conversación sale al albur el nombre del poeta de Puente Genil José Luis Rey y en ese mismísimo instante aparece el autor de La familia nórdica por la puerta y se acerca a saludar. ¿Es eso posible? "Debe haber por aquí algún médium", dice Eduardo García entre risas antes de seguir con una charla que gira sobre tres temas principales: literatura, educación y Córdoba, la ciudad en la que nos encontramos.
-Han transcurrido ya siete meses desde que ganó el Nacional de Poesía. ¿Qué importancia le da ahora que ha pasado algo de tiempo?
-Pues lo sigo considerando una sorpresa, algo que no me podía esperar pues no se lo suelen dar a escritores de mi edad, sino a gente más mayor. Para mí es algo muy importante, ya que sólo hay dos premios nacionales: el de Poesía y el de la Crítica. En cierto modo, con este galardón toco techo por un tiempo en lo que se refiere a premios, pues los otros que hay superiores a éste son ya para reconocer una trayectoria; es decir, para autores de más edad. Lo que he notado por ahora es que hay alrededor de mi persona algo así como una ilusión social de excelencia y un prejuicio positivo hacia mi obra, algo que hace que llegue a más lectores. Además, estoy muy satisfecho porque creo que en mi caso se ha premiado una apuesta nueva. Que me premien por romper las preceptivas es una bendición que no me esperaba.
-Supongo que también es un respaldo para su apuesta poética, que siempre ha sido arriesgada...
-Cierto, porque el escritor siempre vive atenazado por la duda, y premios como éste te dan confianza. He de reconocer sin embargo que tras el premio he sufrido una fase en la que me resultaba difícil escribir, una especie de sarampión. Y es que cuando uno escribe no puede pensar en las expectativas que le rodean. Es decir, la escritura tiene que tener siempre algo de juego, y por eso un premio así puede ser paralizante y dar lugar a la peor de las consecuencias: convertirte en un escritor solemne, y yo me he jurado solemnemente que nunca caeré en la solemnidad (risas).
-¿Y hacia dónde va ahora su poesía?
-No tengo ni la más remota idea, ya que yo no mantengo en ese sentido un compromiso con nada, salvo con la voz que brota dentro de mí. En mi caso, entre libro y libro me comienzan a salir poemas que responden a todas mis etapas anteriores, y eso mismo es lo que me ha ocurrido después de La vida nueva. Más adelante, al cabo de un tiempo, comienzo a descubrir un nuevo camino, que es el que conduce hacia un nuevo libro. Y en eso es en lo que estoy ahora, escribiendo poemas que considero que pertenecen al ciclo de mi último libro pero que también son ya otra cosa. Me encuentro en el momento del fogonazo.
-¿Escribir es para usted un proceso de felicidad o de desasosiego?
-Tratar de escribir un buen libro de poemas, o al menos un libro honesto, no es fácil, y en cierto modo se puede decir que es una agonía. Mejor dicho, es un proceso agónico racheado de momentos de felicidad que, eso sí, hacen que el conjunto valga la pena. Otra cosa sería si uno escribiese poemas por oficio, pero no es mi caso. Mi intención es siempre buscar una verdad interior, y por eso, para mí, la poesía es una amante casquivana que de vez en cuando me sonríe.
-¿Y la inspiración?
-Algo injustamente desnotado, pues si sólo con trabajo se pudiese crear arte habría millones de artistas y muchas más obras de arte de las que hay. Es cierto que el trabajo es importante, pero la inspiración está ahí, y también vale para ella el símil del amor, que es un chispazo que surge cuando quiere, y no cuando uno quiere que aparezca. En todo caso, mi impresión es que nuestra sociedad denosta todo aquello que es emotivo o irracional, y por eso mismo se denosta también la inspiración.
-Da la sensación, con su premio y con otros como el Loewe de José Luis Rey, que están entrando aires poéticos nuevos en lugares que parecían inaccesibles.
-Puede ser cierto, pero ya iba tocando, ¿no? A otras generaciones les ha llegado el reconocimiento mucho antes, mientras que a nosotros nos está llegando en torno a los 40 años y cuando tenemos publicados tres, cuatro o cinco libros. En todo caso, creo que boom generacionales como los que se vivieron en los años 70 con los Novísimos o después con la poesía de la experiencia ya nunca volverán a suceder. Todo está ahora muy diversificado y hay más libertad ante el misterio de la palabra.
-Pocos lugares cuentan ahora mismo con tantos autores importantes como Córdoba. ¿Hay algo especial en esta ciudad?
-Algo hay, sin duda, pues en otras ciudades españolas de mayor tamaño no ocurre lo que ocurre aquí. Por ejemplo, hace unos días estuve presentando un libro de Manuel Vilas, y él me hablaba de las magníficas librerías que hay en Zaragoza, pero también me reconocía que allí no existe la posibilidad de relacionarse con escritores de categoría que sí se da en Córdoba. Es un fenómeno particular de esta ciudad que se ha ido intensificando en los últimos años.
-También da la sensación de que hay cordial relación, al menos aparente, entre escritores...
-Hay de todo, pero sí es cierto que no hemos malgastado ni tiempo ni energías en generar polémicas. Y también es cierto que existe amistad en muchos casos, y entre gente de diferentes edades. Yo, por ejemplo, mantengo amistad con Elena Medel, y le saco a ella 20 años.
-En su generación también aprecio un cambio: que con el paso de los años han ido mejorando su opinión sobre los escritores de generaciones anteriores. Un caso creo que muy evidente es el de Pablo García Baena.
-Bien, pero también es cierto que Pablo no vivía antes en Córdoba, y no estaba tampoco tan pendiente de las cosas que se hacían aquí como ahora, cuando hay más cercanía. En principio, mi generación fue muy bien recibida en la ciudad por los poetas del grupo Antorcha de paja. Otros escritores, sin embargo, no fueron tan receptivos. Con el tiempo, eso sí, todo eso ha quedado en el olvido y ahora mismo se valora la poesía de aquellos que tienen una obra importante.
-Usted no sólo escribe, sino que también es profesor de Secundaria con años de experiencia. -¿Tienen solución los problemas de la educación?
-Pues no sé si seremos capaces de resolverlos. Es un problema no sólo de la educación, sino algo más general y que se debe a que vivimos una época de decadencia cultural. Claramente. Es cierto que sería muy importante alcanzar un pacto de Estado que permita que la educación no dependa de los cambios políticos, que es necesario volver a la idea de la Transición de que debemos construir un país juntos. ¿Pero bastará con eso? Yo lo dudo, pues creo que es problema más amplio.
-¿Es tan evidente para los profesores que vamos hacia atrás?
-Basta mirar el ordenador y comparar lo que uno impartía hace unos años a sus alumnos y lo que imparte ahora. El choque es inmenso y se aprecia que el nivel ha bajado muchísimo. De hecho, tengo la sensación de que los profesores trabajamos ahora más que nunca, pero que nunca tampoco hemos tenido peores resultados que ahora.
-¿Es algo que afecta sólo a las humanidades o también a otras parcelas?
-No, no, en absoluto. Las ciencias están igual. Las únicas materias que viven ahora buenos momentos son las relacionadas con las nuevas tecnologías, ya que tienen mucha importancia en nuestra sociedad y gozan de prestigio. Por ejemplo, cambia mucho la reacción de los alumnos si les presentas los mismos contenidos en página o si se los pasas en un formato más novedoso. De todos modos, los ordenadores tienen también su efecto perverso. Y es que los alumnos se han relacionado con ellos a través de los videojuegos antes incluso de escolarizarse y saben hacerles la trampa. Digamos que no es un medio neutral.
-Usted llegó a Córdoba en los albores de los años 90, hace ya casi dos décadas. ¿Qué opinión tiene ahora mismo de la ciudad?
-Pues que ha vivido un cambio importante, han sucedido cosas que parecían simplemente impensables en esa época. Hemos disfrutado de avances, aunque todavía hay un sector más provinciano de la ciudad que se resiste al cambio. Digamos que estamos en una ciudad polarizada o, en otras palabras, que hay dos Córdobas: una más reaccionaria y otra que ya está en otra cosa. Ambas cohabitan, sí, pero van cada una por su lado y apenas hay relación entre ambas. En todo caso, ahora asistimos a expresiones de la modernidad, como las exposiciones de Vimcorsa, que hasta hace poco eran inimaginables. Y también a importantes cambios urbanísticos, como el Vial Norte, que han supuesto un importantísimo cambio social. En cuanto a lo cultural, Internet lo ha revolucionado todo y eso hace que las tradiciones locales cada vez sean menos importantes. Ahora hay múltiples focos y todo el que quiera tiene acceso a todo. Vivimos, definitivamente, la época de la fusión.
 
Podemos leer el siguiente poema, de La vida nueva:
 
FÍSICA APLICADA

Suponiendo que un hombre, una mujer
parten de puntos divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se ignoran entre sí,
y a la velocidad del entusiasmo
emprenden la aventura, se ponen en camino,
van por ahí remando en aguas turbias,
van por ahí escuchando el vasto germinar de las semillas,
al acecho, en sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza,
suponiendo que trazan trayectorias de curso irregular,
cada cual a su amor, virando al viento,
quebradas trayectorias cuyo sentido puede
al mínimo temblor girar hacia el vacío,
suponiendo el afán, la búsqueda, la sed,
el ensueño del goce, la ilusión y la ausencia,
calculemos, a golpe de intuición,
cuántas veces tendrán las trayectorias
que cruzarse en el brillo de unos ojos,
unos labios que invitan, unas manos que asienten,
para incendiarse a un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra
de llamas como ráfagas de lluvia.

PRENSA. POESÍA. José Luis Rey, premio Loewe de poesía


Fotografía aparecida en "El Día de Córdoba"

En "El Día de Córdoba":

"La poesía es el don de ver, pero para eso hace falta dejar de oír"

El poeta cordobés prolonga su brillante trayectoria con 'Barroco', obra ganadora del XXII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe y que será publicada por Visor.


Alfredo Asensi

Algo se mueve en la poesía española. El premio Loewe concedido recientemente a José Luis Rey por su obra Barroco certifica la emergencia de un código poético de resonancias novísimas que tiene al poeta de Puente Genil entre sus principales embajadores.
-¿Qué evolución plantea esta obra respecto a La familia nórdica?
-En La familia nórdica aprendí a usar lo cotidiano y el detalle realista como punto de partida de una poesía transformadora de la realidad. Yo sigo lo que llamo en un ensayo de próxima aparición "la poética de la víspera"; es decir, la espera que todo poema es de la revelación poética y verbal. En este sentido, Barroco es un paso más en mi poética de transformación de la realidad y de víspera de la encarnación de la poesía.
-¿El único realismo que le interesa es el visionario?
-Sí, mi poesía es órfica y visionaria, pero siempre partiendo de elementos reales y cotidianos. Esto lo he aprendido de Dickinson y Montale, por ejemplo. Un realismo plano jamás luchará por transformar la realidad, por darle a lo real la altura que merece gracias a la imaginación. En cambio, el realismo visionario nos ofrece la posibilidad de ver las cosas siempre por vez primera; este realismo de las visiones une cielo y tierra. O como decía Juan Ramón Jiménez: que las ramas arraiguen y que las raíces vuelen.
-Ganar el Loewe le consolida como uno de los poetas de referencia en el panorama nacional...
-En efecto, se trata del premio más prestigioso de la poesía española, que antes han ganado maestros a los que admiro como Jaime Siles y Guillermo Carnero y, también, el gran poeta que es mi amigo Joaquín Pérez Azaústre. El Loewe, creo yo, confirma que una nueva generación está en marcha y que esta nueva generación se siente ya muy lejos del realismo plano de la poesía de la experiencia.
-¿Percibe usted un cambio de modelos estéticos en la poesía española?
-Sí, las cosas están cambiando. Antes dominaba ese realismo gris de la generación de los 80 y ahora los poetas de mi generación están llevando a cabo una poesía imaginativa, fuerte, alquímica en cuanto busca el oro de lo no dicho aún. Mi generación está explorando países cuyo mapa aún está en blanco.
-¿Cómo se manifiesta la huella de los novísimos en la poesía actual?
-La generación del 70 es muy importante para mí. De hecho, la considero, y así lo he manifestado varias veces, la única generación comparable a la del 27. Y no sólo es importante para mí; ahí tenemos los casos de Pérez Azaústre, Antonio Lucas, Javier Vela o Eduardo García. Todos nosotros hemos recibido una enseñanza estética de los novísimos, que se convierte también en una ética: no traicionar el espíritu de la gran poesía a cambio de tener un poco más de público. Los del 70 son los grandes maestros del lenguaje poético que influyen en mi generación.
-¿Hacia dónde se encamina su poesía?
-Ojalá se encamine hacia una poética visionaria, una poética en la cual la verdadera religión es la poesía misma. Vida y poesía van unidas. Mi poesía habla de los grandes temas: el amor, la muerte, el don de ver. Sí, la poesía es eso: el don de ver. Pero para ver hace falta dejar de oír; apartarnos de las modas y fundar un mundo propio. Ése es el camino que me gustaría recorrer con mi poesía.
-¿Qué queda de aquel poeta que a una edad tan temprana formulara un proyecto creativo tan ambicioso como La luz y la palabra?
-Queda mucho. La luz y la palabra, un libro de más de 400 páginas, es mi primer libro, cuya segunda parte aparecerá en Visor más adelante. Se trata de un primer libro que, por su extensión y ambición, ha aparecido de forma fragmentaria. En este primer libro contemplo la poesía como escritura del Ser y ésta es una idea que no me ha abandonado. Heidegger dijo que el hombre debe estar a la escucha del Ser; yo creo que el poeta debe hacer más: debe escribir el Ser. Yo recuerdo una juventud poética llena de ambición, pero ambición por hacer una obra verdadera: todo lo demás (premios, lecturas, conferencias) se da por añadidura. Desde el principio tuve claro que lo que yo deseaba hacer era una obra poética sólida por encima y al margen de todo.

Podemos leer a continuación un poema de Barroco, aparecido en "El Cultural":

El alquiler

Viejos muebles usados, cuánto os quiero.
Esta nube Luis XV, estas paredes
cuyo azul ya no hay forma de cubrir
por más que nos vayamos y por más.
Yo qué puedo saber de tantas cosas,
Egipto de mi vida. Pero a veces
cavo y cavo en la luz, aquí tenéis:
dormir es propiedad, pero es tan caro.
Por eso, sin dinero,
vivimos. Qué más da. Y sin dinero
volamos sobre el mar de la madera.
Y una veta de pronto, una pronunciación
de otra vida allí cruje, entre las patas
astilladas y dulces, y el armario
ya no quiere guardar las olas dentro.
La carcoma no puede con la casa.
Y, desde luego, yo no
la pienso arreglar: bastante oro
sale ya por los grifos si me ausento.
Yo qué puedo saber quién hubo aquí.
Yo que todo lo he visto por segunda
vez, yo que todo
lo he tenido ya usado,
os quiero, muebles míos, qué más da.
En la casa alquilada mi niñez
pintó los muebles y sonaban solos.
Y las mesas flotaban en el cielo nocturno.
En el desván del aire
se han encerrado todos y allí cenan.
Pero hemos abierto más ventanas.
Hace tanto calor al otro lado.

PRENSA. 29 noviembre 2009


En "El País".

1. El crimen. Columna de Manuel Vicent.

2. México enciende su pasión por los libros. Por Pablo Ordaz. La Feria del Libro de Guadalajara abre sus puertas a la mejor literatura. La ciudad de Los Ángeles es la invitada de este año al certamen. Juan Cruz escribe sobre La felicidad de Pamuk.

3. ¿Solución? Curas mujeres o casados. Reportaje de Juan G. Bedoya. La jerarquía católica, abocada a revisar su rechazo a los curas casados y al sacerdocio femenino. Antes era pecado no ir a misa los domingos; ahora son los obispos los que no la ofrecen.

4. El aborto y los mínimos éticos. Artículo de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

5. La expulsión de los moriscos. Artículo de Mario Vargas Llosa. La revisión crítica del pasado no es cometido del poder político sino de los historiadores y estudiosos. Ese lastre no se borra con un decreto ley ni una moción parlamentaria.

6. Cine. Artículo del escritor Luis Manuel Ruiz.

sábado, 28 de noviembre de 2009

CUENTO DEL DÍA. "La cena", de Clarice Lispector



LA CENA
Él entro tarde en el restaurante. Por cierto, hasta entonces se había ocupado de grandes negocios. Podría tener unos sesenta años, era alto, corpulento, de cabellos blancos, cejas espesas y manos potentes. En un dedo el anillo de su fuerza. Se sentó amplio y sólido.
Lo perdí de vista y mientras comía observé de nuevo a la mujer delgada, la del sombrero. Ella reía con la boca llena y le brillaban los ojos oscuros.
En el momento en que yo llevaba el tenedor a la boca, lo miré. Ahí estaba, con los ojos cerrados masticando pan con vigor, mecánicamente, los dos puños cerrados sobre la mesa. Continué comiendo y mirando. El camarero disponía platos sobre el mantel, pero el viejo mantenía los ojos cerrados. A un gesto más vivo del camarero, él los abrió tan bruscamente que ese mismo movimiento se comunicó a las grandes manos y un tenedor cayó. El camarero susurró palabras amables, inclinándose para recogerlo; él no respondió. Porque, ahora despierto, sorpresivamente daba vueltas a la carne de un lado para otro, la examinaba con vehemencia, mostrando la punta de la lengua -palpaba el bistec con un costado del tenedor, casi lo olía, moviendo la boca de antemano. Y comenzaba a cortarlo con un movimiento inútilmente vigoroso de todo el cuerpo. En breve llevaba un trozo a cierta altura del rostro y, como si tuviera que cogerlo en el aire, lo cobró en un impulso de la cabeza. Miré mi plato. Cuando lo observé de nuevo, él estaba en plena gloria de la comida, masticando con la boca abierta, pasando la lengua por los dientes, con la mirada fija en la luz del techo. Yo iba a cortar la carne nuevamente, cuando lo vi detenerse por completo.
Y exactamente como si no soportara más -¿qué cosa?-, cogió rápido la servilleta y se apretó las órbitas de los ojos con las dos manos peludas. Me detuve, en guardia. Su cuerpo respiraba con dificultad, crecía. Retira finalmente la servilleta de los ojos y observa atontado desde muy lejos. Respira abriendo y cerrando desmesuradamente los párpados, se limpia los ojos con cuidado y mastica lentamente el resto de comida que todavía tiene en la boca.
Un segundo después, sin embargo, está repuesto y duro, toma una porción de ensalada con el cuerpo todo inclinado y come, el mentón altivo, el aceite humedeciéndole los labios. Se interrumpe un momento, enjuga de nuevo los ojos, balancea brevemente la cabeza -y nuevo bocado de lechuga con carne engullido en el aire-. Le dice al camarero que pasa:
-Este no es el vino que pedí.
La voz que esperaba de él: voz sin posibles réplicas, por lo que yo veía que jamás se podría hacer algo por él. Nada, sin obedecerlo.
El camarero se alejó, cortés, con la botella en la mano.
Pero he ahí que el viejo se inmoviliza de nuevo como si tuviera el pecho contraído y enfermo. Su violento vigor se sacude preso. Él espera. Hasta que el hambre parece asaltarlo y comienza a masticar con apetito, las cejas fruncidas. Yo sí comencé a comer lentamente, un poco asqueado sin saber por qué, participando también no sabía de qué. De pronto se estremece, llevándose la servilleta a los ojos y apretándolos con una brutalidad que me extasía… Abandono con cierta decisión el tenedor en el plato, con un ahogo insoportable en la garganta, furioso, lleno de sumisión. Pero el viejo se demora poco con la servilleta sobre los ojos. Esta vez, cuando la retira sin prisa, las pupilas están extremadamente dulces y cansadas, y antes de que él se las enjugara, vi. Vi la lágrima.
Me inclino sobre la carne, perdido. Cuando finalmente consigo encararlo desde el fondo de mi rostro pálido, veo que también él se ha inclinado con los codos apoyados sobre la mesa, la cabeza entre las manos. Realmente él ya no soportaba más. Las gruesas cejas estaban juntas. La comida debía haberse detenido un poco más debajo de la garganta bajo la dureza de la emoción, pues, cuando él estuvo en condiciones de continuar, hizo un terrible gesto de esfuerzo para engullir y se pasó la servilleta por la frente. Yo no podía más, la carne en mi plato estaba cruda, y yo era quien no podía continuar más. Sin embargo, él comía.
El camarero trajo la botella dentro de una vasija con hielo. Yo observaba todo, ya sin discriminar: la botella era otra, el camarero de chaqueta, la luz aureolaba la cabeza gruesa de Plutón que ahora se movía con curiosidad, goloso y atento. Por un momento el camarero me tapa la visión del viejo y apenas veo las alas negras de una chaqueta sobrevolando la mesa, vertía vino tinto en la copa y aguarda con los ojos ardientes -porque ahí estaba seguramente un señor de buenas propinas, uno de esos viejos que todavía están en el centro del mundo y de la fuerza-. El viejo, engrandecido, tomó un trago, con seguridad, dejó la copa y consultó con amargura el sabor en la boca. Restregaba un labio con otro, restallaba la lengua con disgusto como si lo que era bueno fuera intolerable. Yo esperaba, el camarero esperaba, ambos nos inclinábamos, en suspenso. Finalmente, él hizo una mueca de aprobación. El camarero curvó la cabeza reluciente con sometimiento y gratitud, salió inclinado, y yo respiré con alivio.
Ahora él mezclaba la carne y los tragos de vino en la gran boca, y los dientes postizos masticaban pesadamente mientras yo espiaba en vano. Nada más sucedía. El restaurante parecía centellear con doble fuerza bajo el titilar de los cristales y cubiertos; en la dura corona brillante de la sala los murmullos crecían y se apaciguaban en una dulce ola, la mujer del sombrero grande sonreía con los ojos entrecerrados, tan delgada y hermosa, el camarero servía con lentitud el vino en el vaso. Pero en ese momento él hizo un gesto.
Con la mano pesada y peluda, en cuya palma las líneas se clavaban con fatalismo, hizo el gesto de un pensamiento. Dijo con mímica lo más que pudo, y yo, yo sin comprender. Y como si no soportara más, dejó el tenedor en el plato. Esta vez fuiste bien agarrado, viejo. Quedó respirando, agotado, ruidoso. Entonces sujeta el vaso de vino y bebe, los ojos cerrados, en rumorosa resurrección. Mis ojos arden y la claridad es alta, persistente. Estoy prisionero del éxtasis, palpitante de náusea. Todo me parece grande y peligroso. La mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria entre las luces.
Él ha terminado. Su rostro se vacía de expresión. Cierra los ojos, distiende los maxilares. Trato de aprovechar ese momento, en que él ya no posee su propio rostro, para finalmente ver. Pero es inútil. La gran forma que veo es desconocida, majestuosa, cruel y ciega. Lo que yo quiero mirar directamente, por la fuerza extraordinaria del anciano, en ese momento no existe. Él no quiere.
Llega el postre, una crema fundida, y yo me sorprendo por la decadencia de la elección. Él come lentamente, toma una cucharada y observa correr el líquido pastoso. Lo toma todo; sin embargo, hace una mueca y, agrandado, alimentado, aleja el plato. Entonces, ya sin hambre, el gran caballo apoya la cabeza en la mano. La primera señal más clara, aparece. El viejo devorador de criaturas piensa en sus profundidades. Pálido, lo veo llevarse la servilleta a la boca. Imagino escuchar un sollozo. Ambos permanecemos en silencio en el centro del salón. Quizás él hubiera comido demasiado deprisa. ¡Porque, a pesar de todo, no perdiste el hambre, eh!, lo instigaba yo con ironía, cólera y agotamiento. Pero él se desmoronaba a ojos vista. Ahora los rasgos parecían caídos y dementes, él balanceaba la cabeza de un lado para otro, sin contenerse más, con la boca apretada, los ojos cerrados, balanceándose, el patriarca estaba llorando por dentro. La ira me asfixiaba. Lo vi ponerse los anteojos y envejecer muchos años. Mientras contaba el cambio, hacía sonar los dientes, proyectando el mentón hacia delante, entregándose un instante a la dulzura de la vejez. Yo mismo, tan atento había estado a él que no lo había visto sacar el dinero para pagar, ni examinar la cuenta, y no había notado el regreso del camarero con el cambio.
Por fin se quitó los anteojos, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos haciendo muecas inútiles y penosas. Pasó la mano por los cabellos blancos alisándolos con fuerza. Se levantó asegurándose al borde de la mesa con las manos vigorosas. Y he aquí que, después de liberado de un apoyo, él parecía más débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz de apuñalar a cualquiera de nosotros. Sin que yo pudiera hacer nada, se puso el sombrero acariciando la corbata en el espejo. Cruzó el ángulo luminoso del salón, desapareció.
Pero yo todavía soy un hombre.
Cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para siempre, cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a morir. -Yo no como. No soy todavía esa potencia, esta construcción, esta ruina. Empujo el plato, rechazo la carne y su sangre.