lunes, 31 de agosto de 2009

BIBLIOTECA. CÓMIC. Joyas literarias juveniles.


La editorial Planeta DeAgostini presenta una selección de clásicos de aventuras ilustrados.

En cada entrega, un volumen con tres historias recopiladas en un libro encuadernado en tapa dura que respeta todos los detalles de la colección original que publicó en los años 70 y 80 la Editorial Bruguera.

El interior de los libros es una reproducción facsimilar a todo color con el mismo tamaño que los libritos originales.

PRIMERA ENTREGA:

1. Miguel Strogoff. Julio Verne.

2. Viaje al centro de la Tierra. Julio Verne.

3. La Estrella del Sur. Julio Verne.


LOS TIENES EN LA BIBLIOTECA.

PRENSA. 31 agosto 2009


En "El País":

1. Los besos ganarán a la gripe A. Reportaje de María R. Sahuquillo. El cambio de costumbres para evitar el contagio del nuevo virus, como no tocarse al saludarse o hablar, no cambiará los hábitos de los españoles . Las conductas sociales arraigadas son difíciles de mover . Las medidas higiénicas sí pueden cuajar.

2. ¿De qué pasta está hecho el presidente? Artículo del historiador estadounidense Gabriel Jackson, sobre la reforma sanitaria que pretende sacar adelante el presidente Obama. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

3. El dulce señuelo de la inmortalidad. Artículo del escritor Juan Goytisolo, sobre los fastos que, post mortem, quieren dedicarse a muchos literatos.

4. El 'burka' llega a nuestras puertas. Artículo de la periodista y pintora Nicole Muchnik. El uso del velo integral -la ocultación, la no visibilidad de la persona- choca y perturba a los occidentales y plantea el dilema de la tolerancia frente a prácticas religiosas discutidas incluso por los musulmanes. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

PRENSA. LECTURA. AVANCE EDITORIAL: "La isla bajo el mar", novela de Isabel Allende


En "El País", esta presentación: La esclavitud de Isabel Allende.

Y las primeras páginas de la novela.

domingo, 30 de agosto de 2009

BIBLIOTECA. "Autobiografía del general Franco" de Manuel Vázquez Montalbán


Entre el ensayo histórico y la ficción novelesca, Autobiografía del general Franco es una aproximación exhaustiva y documentada a la figura del dictador que rigió los destinos de España durante 40 largos años. A través de Marcial Pombo, un viejo escritor de pasado antifranquista que recibe el encargo de escribir la biografía del caudillo, descubriremos las miserias, la violencia y la impunidad de aquel régimen que Vázquez Montalbán calificaba, entre otras cosas, de "feísimo".
(Texto de la contracubierta).

En este enlace, podemos leer la opinión de Eduardo Haro Tecglen sobre el libro; es un artículo escrito en el suplemento "Babelia", de "El País", el 31 de octubre de 1992.


Son dos volúmenes.

Editados por Público/SabadellAtlántico, el primero tiene 347 páginas, y el segundo, 331. Los puedes encontrar en la BIBLIOTECA.

VÍDEO: "Abuelos", de Juan Antonio Domínguez



Abuelos, primer trabajo como director del sevillano Juan Antonio Domínguez, narra la vida de un hombre y una mujer, ancianos, que viven su vida de manera diferente. Ella parece no ser consciente de que la vida pasa. Él, en cambio, la disfruta en cada momento y no está dispuesto a perder el tiempo. Un buen día, coinciden (¿casualmente?) en un banco de un parque. La coincidencia tiene matices que hacen de este hecho algo más que un simple encuentro...
En palabras de su director, "Abuelos es un homenaje al amor más allá de las circunstancias vitales de cada uno, más allá de las pequeñas cosas de cada día. Esta historia pasa por unas personas, que en la última etapa de sus vidas, se reinventan y se reconocen a cada paso". Además, Domínguez destaca que este trabajo no hubiera visto la luz sin la entrega de todo un equipo de auténticos profesionales.
El rodaje del corto, en el que han estado implicadas 36 personas, se llevó a cabo el 24 de febrero de 2007, en una única jornada de 14 horas con dos escenarios principales: el parque de Porzuna (en Mairena del Aljarafe) y una casa particular de la localidad de Las Pajanosas (Guillena).
Guionista y director de cine, aunque biólogo de profesión, Juan Antonio Domínguez (Sevilla, 1974), ha colaborado en varios medios de comunicación como fotógrafo y publicista, pero sus inicios en el cine comenzaron en Canal Sur TV como realizador y guionista de documental Pupitres y PCs (2005). Otros trabajos suyos como guionista son Humor negro (2007), Currito Er Moco (2006), De 10 a 12 segundos (2008).
Aunque la producción del cortometraje ha corrido a cargo del propio director y de sus socios en la productora ImaginaciónEnMovimiento, Pepe Mateo y Antonio García, este primer proyecto del cineasta sevillano ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Mairena del Aljarafe, el programa El Público, conducido por Jesús Vigorra (Canal Sur Radio), y el CaS del Ayuntamiento de Sevilla.
(Texto del periódico "Qué.es").


PRENSA. LECTURA. "El perro", relato de Andrés Barba



En la Revista de verano de "El País", este relato de Andrés Barba: EL PERRO:


Viste cómo moría el perro envenenado. Eras sólo un niño y viste cómo moría el perro envenenado. Lo encontraron tumbado entre las tomateras transpirando cansadísimo. La vecina pinchó al animal con una varita para ver si se movía ("Hay gente que no tiene conciencia", dijo). Era tan fácil envenenar a un perro. La cola dio dos golpes en los rodrigones de las alubias, la piel transpiraba, esa piel casi humana, blanquecina tras el pelo, como la de un anciano, las moscas. Era tan fácil envenenar a un perro; se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz. El perro marrón con una mancha gris en el lomo, ya no está, se acabó. Se veían las naranjas, la sombra de las naranjas, tú no estabas enfadado, ni triste, pensabas qué fácil es envenenar a un perro. Eras sólo un niño. Y sin embargo había algo que había sucedido mucho antes; en el dibujo tenue de las costillas subiendo y bajando, en la angustia de la cola golpeando el canalón. Lo llevaron como a una novia hasta la puerta, y en el grupo de curiosos también tú cogiste un palo y le diste con él en el hocico para ver si se movía. No se movía. "Qué fácil es envenenar a un perro -repetiste- se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz". Dentro del perro un personaje mágico cumplía un rito tan audaz como el de las brujas. Dentro del perro un perro antiguo reconocía caras, voces, recordaba escenas, te veía a ti, comprimido, y dentro de ti otra escena de ti, otro tú, más pequeño, porque fue ayer por la noche cuando fuiste solo. Te gustaba el perro, no era que no te gustara el perro. El perro marrón con una mancha gris en el lomo. Y le habías acariciado varias veces, y él había sido dócil, y tú curioso, porque la curiosidad era una de las formas del miedo, y él te había enseñado los dientes, unos colmillos amarillentos y brillantes, nicotínicos, casi humanos y entonces lo decidiste. ¿Fue entonces cuando lo decidiste o fue luego? No, fue entonces. Luego, por la noche, cuando te acercaste, los ojos le brillaban como dos alfileres y no ladró, no hizo nada, fue tan amable, como si ya lo sospechara todo. "Qué fácil es envenenar a un perro -escuchaste que repetía la vecina a la dueña de la pescadería- se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz". "Un pescado" dijo la pescadera. La tumba se la hicieron junto a los rodrigones de las alubias, antes incluso de que muriera porque uno de los curiosos era veterinario y dijo que ni modo. Y tú cavaste con todas tus fuerzas, y el dueño te dio dos golpecitos en la cabeza, dos golpecitos desolados y tenues. Y te dijo: "cógelo de ahí, anda, vamos a echarlo, chaval". Tú no estabas enfadado, ni triste, pensabas qué fácil es envenenar a un perro. Eras sólo un niño y no te atrevías a tocarlo.

Andrés Barba es autor de Las manos pequeñas (Anagrama), 2008.

PRENSA (2). 30 agosto 2009


En suplementos de "El País":

1. El peor día del siglo XX. Reportaje del historiador Julián Casanova. El 1 de septiembre de 1939, la locura se hizo guerra: Alemania invadió Polonia y desencadenó la Segunda Guerra Mundial.

2. El invisible cerco del miedo. Jacinto Antón firma este reportaje en la serie 'Cobardes de la historia'. Drama junto al Volga: mariscal Friedrich Paulus. No se atrevió a dar la orden que pudo salvar a su ejército en Stalingrado.

3. La banalización del final. Artículo de Maruja Torres.

4. Cómo acallar la mente. Reportaje de psicología, firmado por Gaspar Hernández. Nuestra voz interior nunca descansa: se pasa el día entero dando la murga con un caos de pensamientos. La meditación es una buena forma de ponerla a raya y, por fin, descansar.

5. Las guerreras del sari rosa. Reportaje de Quino Petit. Sampat Pal es una leyenda viva. Activista y feminista, antiviolenta pero no sumisa. Hace tres años fundó su propio ejército en una de las zonas más deprimidas de India. Casi cien mil mujeres batallan hoy contra la corrupción política, los abusos de poder y la violencia de género. ‘El País Semanal’ viaja a Uttar Pradesh para conocer su lucha.

6. Adiós a todo esto. Artículo-relato de Almudena Grandes, sobre el fin de las vacaciones.

PRENSA. 30 agosto 2009


En "El País":

1. La ciencia del rock. Reportaje de Javier Sampedro. Seis explicaciones matemáticas a los misterios del pop a partir de las últimas revelaciones musicológicas.

2. Diario de un exorcismo. Reportaje de David Alandete. Se cumplen 60 años del caso que inspiró la novela y el célebre filme de terror, El exorcista.

3. Una historieta en la que los héroes no tienen cabida. Reportaje de Mariángela Paone. DC Comics publica un libro sobre la guerra de Uganda.

4. Vuelve 'El quinteto de Avignon', de Durrell. Edhasa recupera la obra, a los 23 años de su publicación. Por Carles Geli.

5. Identifíquese, es usted negra. Reportaje de Joseba Elola. La ONU da la razón a una española a la que se le exigió la documentación sólo por su raza hace ahora 17 años. El Estado deberá dar una explicación.

6. Dillinger, símbolo de dos épocas. Artículo del escritor argentino Tomás Eloy artínez.


8. ¿Qué fue de la leyenda negra? Artículo de José María Ridao, con motivo de la aparición del libro La légende noire de l'Espagne, del historiador francés Joseph Pérez. No fue España la que gobernó el mundo, fue una rama de los Habsburgo la que se hizo cargo de sus amplios dominios desde Castilla. Si el orgullo nacionalista quiere la grandeza del imperio, habrá de aceptar sus miserias.

sábado, 29 de agosto de 2009

PRENSA CULTURAL. "Babelia", 29 agosto 2009



1. Vivir las vidas ajenas. Reportaje de Amelia Castilla y Fietta Jarque. Curiosidad, paciencia y admiración. Tres características que ineludiblemente debe poseer un buen biógrafo. El género que empieza a despuntar en España cuenta además con un aluvión de novedades para el otoño literario. Además, los Títulos estelares del otoño, por Winston Manrique Sabogal. También Muñoz Molina, en Secretos profundos, escribe sobre el género biográfico.


2. CRÍTICA. J. Ernesto Ayala-Dip nos reseña El animal piadoso, novela de Luis Mateo Díez; Además, podemos leer sus primeras páginas. Ignacio Vidal-Folch nos presenta El legado de Humboldt, de Saúl Bellow.


3. "Mi propósito es dar nueva vida a la historia". Entrevista a Matthew Pearl, a propósito de su nueva novela, El último Dickens. Primeras páginas de la novela.


4. Cansinos Assens: la agitada vida de los paramecios. Rosa Montero habla sobre el autor y su La novela de un literato.

PRENSA. LECTURA.


En la Revista de verano de "El País", un relato de Héctor Abad Faciolince: UNA PRIMERA EDICIÓN:

Siempre quise volver a tener la primera edición de Poeta en Nueva York. Por superstición, por fetichismo, por nostalgia. Explico la superstición: creo que se leen mejor las primeras ediciones que las sucesivas. Explico el fetichismo: una vez que estuve enamorado regalé, en un acto de locura inexplicable, una primera edición de Poeta en Nueva York. Explico la nostalgia: amo las ediciones de Séneca, esa gran editorial que fundara Bergamín en su exilio mexicano.
Tengo, con tres amigos, una librería de viejo en Medellín. Se llama Palinuro y es un cuchitril que está en el centro. Los socios somos el cómico Valencia, que hace reír una piedra, el bohemio Obregón, un clon de Valle Inclán que bebe de noche y duerme de día, alias El Maraquero, que es el administrador, un calvo redimido del alcohol por los libros, pero tan miope que no ve nada a un metro de distancia, y yo, que escribo cuentos sin parar, para mantener a mis hijos.
Como el Maraquero es miope, en Palinuro se viven robando libros. La mayoría de los robos no tienen importancia. Borrachitos o drogadictos entran en la librería, se meten cualquier cosa en el bolsillo y pasan a venderla a otra librería que está cerca. En general estos robos se compensan solos. Los ladrones le roban también al colega y lo que por agua se va, por agua viene, porque casi siempre regresan a vendernos, a precio de huevo, lo que le roban a nuestro vecino. Justicia poética.
Pues bien, hace poco más de un año, estuve a punto de comprar otra vez la primera edición de Poeta en Nueva York, hermosa, intacta, con el prólogo de Bergamín, los dibujos de Federico. Estaba entre los libros de la biblioteca de un muchacho que había muerto de sida y cuyos familiares no querían tocar ni sus libros por miedo al contagio. Cuando compramos esta biblioteca los socios nos juntamos para ponerles precio a los libros más raros y, aunque yo hubiera querido valorar Poeta en Nueva York en pocos dólares, el bohemio Obregón consideró que esa edición costaba por lo menos cinco mil. Hasta ahí llegaron mis ímpetus de comprador, y el gran ejemplar, perfecto, fue a dar a la vitrina de curiosos de Palinuro, no sin que antes la perfecta caligrafía del bohemio Obregón pusiera con lápiz, en la última hoja, esta inscripción: "Primera edición. Rara. US $ 6000". ¿Por qué seis mil? Le preguntamos. Por si piden rebaja, contestó.
El Maraquero es miope. Dos meses después, se habían robado el libro. Los socios hicimos una reunión de emergencia. Visitamos al vecino. No estaba allí. Hicimos una inspección a los demás anticuarios de la ciudad. En vano. Preguntamos entre los más reputados ladrones de libros de Medellín. Nada.
Cada año, por el aniversario de Palinuro, yo hago un almuerzo para los socios de la librería, sus hijos y esposas o concubinas. Es un almuerzo de esos largos en los que la comida se sirve a la hora de la cena, y la única vez al año en el que el Maraquero se permite tomar un par de vinos tintos. La fiesta se acaba cuando el bohemio Obregón se duerme en el sofá, con un cigarrillo prendido en la boca, lo cual suele ocurrir hacia las cuatro de la madrugada. Esta vez, por desgracia, la reunión se acabó hacia las nueve de la noche, y fue disuelta antes de que pudiéramos servir siquiera la comida.
Ocurrió que a eso de las seis y media de la tarde el cómico Valencia se acercó al sitio donde yo guardo mis tesoros bibliográficos. Una primera edición de Machado, firmada. Sus Obras Completas (editadas también por Séneca). Varias primeras de Borges y de León de Greiff. El cómico Valencia volvió de su pesquisa con un libro en la mano: la primera de Poeta en Nueva York, 1940. Se la entregó en silencio al bohemio Obregón. Obregón la abrió por la última página. Se la pasó al Maraquero. El Maraquero acercó sus ojos de miope a cinco centímetros de la página y dijo lo que estaba escrito a lápiz, con la letra de Obregón: "Primera edición. Rara. US $ 6000".
Se hizo un silencio largo. Nadie me pasó el libro a mí, pero todos me miraban. Miraban al ladrón. Yo no sabía qué pensar ni qué decir. "Estás pálido", dijo una esposa. "Estás rojo", dijo una hija. "Estoy sudando", pensé yo. No podía explicarlo. Yo no había cogido el libro, lo juro. Yo no lo había traído a mi casa. O yo no recordaba, por lo menos, haber robado el libro. Sentía culpa, y no sabía de qué. Pero ahí estaba, a la vista de todos, el cuerpo del delito. Y todos sabían también de mi superstición por ese libro; de mi fetiche; de mi nostalgia.
Me senté en un taburete. El bohemio Obregón fue el primero en hablar. "Esto es intolerable", dijo. "Yo no me lo robé", dije. "¿Y entonces por qué está aquí?", preguntó el Maraquero. "No sé", dije. El cómico Valencia también terció: "Si tanto lo querías, te lo hubiéramos regalado". Todos los invitados callaban y miraban. "El libro debe volver a la librería", dije.
La reunión se puso incómoda. La alegría de siempre se convirtió en cuchicheos inaudibles. Los invitados se fueron yendo antes de que sirviéramos la comida. Antes de las nueve yo estaba solo en la sala de la casa, con el libro en la mano, atónito. Nunca supe qué pasó. Alguien tenía que haberlo puesto allí. No sé si ustedes me crean que yo no lo robé. Ahora el libro está en la Librería Palinuro de Medellín, Carrera Córdoba, esquina con Perú, por si lo quieren comprar. Primera edición, intonsa. Seis mil dólares. Si piden rebaja, lo dejamos en cinco mil.

Héctor Abad es autor de El olvido que seremos (Seix Barral).

PRENSA. 29 agosto 2009


En "El País":

1. Última. Columna de Ramón Muñoz. Así comienza: Desde hace tiempo me empleo en el hedonismo. Dicho así suena ideal. En realidad, es un ejercicio agotador. La gente suele entender el placer como una meta, una recompensa. Está dispuesta a dejarse la piel en el trabajo durante días o meses poniendo la vista en el fin de semana o en el mes de vacaciones; o a sacrificarse por un hijo o por una amante durante años, en la esperanza de que le arroparán con su cariño cuando pase el tiempo. Yo no participo de ese placer a plazos. No me fío. Mi hedonismo es instantáneo. Ansío que cada momento, no importa dónde esté ni con quién, me entregue un disfrute al contado y sin intermediarios.

2. Comienza la era del refugiado digital. Reportaje de Verónica Calderón. Los ataques cibernéticos son cada vez más sofisticados. No existe una legislación clara que proteja al cibernauta de los censores.

3. El invisible éxodo iraquí. Artículo de Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.

4. El temor de los intelectuales a la política. Artículo de Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní. Una "epidemia de conformismo" ha paralizado en los primeros años del siglo XXI la vida pública, donde lo único que importa es el poder del mercado. Los mezquinos intereses personales sustituyen a las voces críticas.

viernes, 28 de agosto de 2009

LECTURA. "Jardín de Infancia", cuento de Naguib Mahfuz


(Naguib Mahfuz, escritor egipcio. Premio Nobel de Literatura, 1988)

JARDÍN DE INFANCIA

—Papá...
—¿Qué?
—Yo y mi amiga Nadia siempre estamos juntas.
—Claro, mujer, porque es tu amiga.
—En clase... en el recreo... a la hora de comer...
—Estupendo... es una niña buena y juiciosa.
—Pero en la hora de religión yo voy a una clase y ella a otra.
Miró a la madre y vio que sonreía, ocupada en bordar un mantel. Y dijo, sonriendo también:
—Sí... pero sólo en la clase de religión...
—¿Y por qué, papá?
—Porque tú eres de una religión y ella de otra.
—Pero, ¿por qué, papá?
—Porque tú eres musulmana y ella cristiana.
—¿Y por qué, papá?
—Eres aún muy pequeña, ya lo comprenderás...
—No, ¡soy mayor!
—No, eres pequeña, cariñito...
—¿Y por qué soy musulmana?
Debía ser comprensivo y delicado: no faltar a los preceptos de la pedagogía moderna a la primera dificultad. Contestó:
—Porque papá es musulmán... mamá es musulmana...
—¿Y Nadia?
—Porque su papá es cristiano y su mamá también...
—¿Porque su papá lleva gafas?
—No... Las gafas no tienen nada que ver. Es porque su abuelo también era cristiano y... Siguió con la cadena de antepasados hasta aburrirse. Trató de cambiar el tema pero la niña preguntó:
—¿Cuál es mejor?
Dudó un momento antes de contestar:
—Las dos...
—¡Pero yo quiero saber cuál es mejor!
—Es que las dos lo son.
—¿Y por qué no me hago cristiana para estar siempre con Nadia?
—No, cariñito, es mejor que no. Hay que ser lo mismo que papá y que mamá...
—¿Y por qué?
Francamente: la pedagogía moderna es tiránica.
—¿Por qué no esperas a ser mayor?
—No ¡Ahora!
—Bien. Digamos que por gusto. A ella le gusta más una y tú prefieres la otra. Tú eres musulmana y ella tiene otro gusto. Por eso tienes que seguir siendo musulmana.
—¿Nadia tiene mal gusto?
Dios confunda a ti y a Nadia. Había metido la pata a pesar de las precauciones. Se lanzó sin piedad al cuello de una botella.
—Sobre gustos no hay nada escrito. Lo único imprescindible es seguir siendo como papá y mamá...
—¿Puedo decirle que ella tiene mal gusto y yo no?
Salió al paso:
—Las dos son buenas: tanto el Islam como el Cristianismo adoran a Dios.
—¿Y por qué yo le adoro en una habitación y ella en otra?
—Porque ella le adora de una manera y tú de otra.
—¿Y cuál es la diferencia, papá?
—Ya lo estudiarás el curso que viene o el otro. Por el momento confórmate con saber que Islam y Cristianismo adoran a Dios.
—¿Y quién es Dios, papá?
Se detuvo, reflexionó un segundo y preguntó, extremando las precauciones:
—¿Qué os ha dicho Abla?
—Lee la sura y nos enseña a rezar, pero yo no sé. ¿Quién es Dios, papá?
Se quedó pensando con sonrisa torcida. Luego:
—Es el Creador del mundo.
—¿De todo?
—De todo.
—¿Qué quiere decir Creador, papá?
—Quiere decir que lo ha hecho todo.
—¿Cómo, papá?
—Con su Sumo poder.
—¿Y dónde vive?
—En todo el mundo.
—¿Y antes del mundo?
—Arriba. . .
—¿En el cielo?
—Sí. . .
—Quiero verle.
—No se puede.
—¿Ni en la televisión?
—No.
—¿Y no lo ha visto nadie?
—Nadie.
—¿Y por qué sabes que está arriba?
—Porque sí.
—¿Quién adivinó que estaba arriba?
—Los profetas.
—¿Los profetas?
—Sí, como nuestro señor Mahoma.
—¿Y cómo, papá?
—Por una gracia especial.
—¿Tenía los ojos muy grandes?
—Sí.
—¿Y por qué, papá?
—Porque Dios le creó así.
—¿Y por qué, papá?
Contestó tratando de no perder la paciencia:
—Porque puede hacer lo que quiere...
—¿Y cómo dices que es?
—Muy grande, muy fuerte, todo lo puede...
—¿Como tú, papá?
Contestó disimulando una sonrisa:
—Es incomparable.
—¿Y por qué vive arriba?
—Porque en la tierra no cabe, pero lo ve todo.
Se distrajo un momento, pero volvió:
—Pues Nadia me ha dicho que vivió en la tierra.
—No es eso; es que lo ve todo como si viviese en todas partes.
—Y también me ha dicho que la gente le mató.
—No, está vivo, no ha muerto.
—Pues Nadia me ha dicho que le mataron.
—Qué va, cariñito, creyeron que le habían matado pero estaba vivo.
—¿El abuelo también está vivo?
—No, el abuelo murió.
—¿Le han matado?
—No, se murió.
—¿Cómo?
—Se puso enfermo y se murió.
—Entonces, ¿mi hermana va a morirse?
Frunció las cejas y contestó, advirtiendo un movimiento de reproche del lado de la madre:
—Ni mucho menos, ella se curará si Dios quiere...
—¿Por qué se murió entonces el abuelo?
—Porque cuando se puso enfermo era ya mayor.
—¡Pues tú eres mayor, has estado enfermo y no te has muerto!
La madre le miró regañona. Luego pasó la vista de uno a otro azorada. Él dijo:
—Nos morimos cuando Dios lo dispone.
—¿Y por qué dispone Dios que nos muramos?
—Porque es libre de hacer lo que quiere.
—¿Es bonito morirse?
—Qué va, mi vida.
—¿Y por qué Dios quiere una cosa que no es bonita?
—Todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno.
—Pero tú acabas de decir que no lo es.
—Me he equivocado, querida.
—¿Y por qué mamá se ha enfadado cuando he dicho que por qué no te habías muerto?
—Porque todavía no es la voluntad de Dios que yo muera.
—¿Y por qué no, papá?
—Porque Él nos ha puesto aquí y Él se nos lleva.
—¿Y por qué, papá?
—Para que hagamos cosas buenas aquí antes de irnos.
—¿Y por qué no nos quedamos siempre?
—Porque si nos quedásemos no habría sitio para todos en la tierra.
—¿Y dejamos las cosas buenas?
—Sí, por otras mucho mejores.
—¿Dónde están?
—Arriba.
—¿Con Dios?
—Sí.
—¿Y le veremos?
—Sí.
—¿Y eso es bonito?
—Claro.
—Entonces, ¡vámonos!
—Pero aún no hemos hecho cosas buenas.
—¿El abuelo las había hecho?
—Sí.
—¿Cuáles?
—Construir una casa, plantar un jardín...
—¿Y qué había hecho el primo Totó?
Por un momento, se puso sombrío. Echó a la madre furtivamente una mirada desvalida; luego contestó:
—Él también había construido una casa, aunque pequeña, antes de irse...
—Pues Lulú el vecino me pega y nunca hace cosas buenas...
—Es que él ha nacido anormal.
—¿Y cuándo va a morirse?
—Cuando Dios quiera.
—¿Aunque no haga cosas buenas?
—Todos tenemos que morir. Los que hacen cosas buenas se van con Dios y los que hacen cosas malas se van al infierno.
Suspiró y se quedó callada. El padre se sintió materialmente aliviado. No sabía si lo había hecho bien o si se había equivocado. Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en lo más hondo de sí. Pero la incansable criatura gritó:
—¡Yo quiero estar siempre con Nadia!
La miró inquisitivo y ella declaró:
—¡En la clase de religión también!
Se rió estrepitosamente, la madre también rió, él dijo bostezando:
—Nunca imaginé que fuera posible discutir estas cuestiones a semejante nivel...
Habló la mujer:
—Llegará el día en que la niña crezca y puedas razonarle las verdades.
Se volvió para comprobar si aquellas palabras eran sinceras o irónicas y la encontró enfrascada en el bordado.


© Traducción de Marcelino Villegas y María J. Viguera.
Instituto Hispano-Árabe de Cultura, Madrid, 1988

CAMBIO CLIMÁTICO.



¿Quién se está cargando el clima? Diciembre de 2009 será un momento clave: se celebra en Copenhague (Dinamarca) una cumbre mundial para negociar el acuerdo que sustituirá al Protocolo de Kyoto. Los países ricos, principales responsables del cambio climático, deben comprometerse a reducir las emisiones de gas de efecto invernadero para evitar las consecuencias más graves del calentamiento global. ¡Es hora de actuar! El actor y embajador mundial de Oxfam Internacional, Gael Garcia Bernal, se une a otros ciudadanos anónimos en la campaña Tck tck tck contra el cambio climático.

Entra en: http://www.intermonoxfam.org/cortoyca...



PRENSA. LECTURA. "Llegué a Saint-Nazaire", relato de Marcos Giralt Torrente


En la Revista de verano de "elpais", este relato de Marcos Giralt Torrente: Llegué a Saint-Nazaire:

Llegué a Saint-Nazaire en el peor momento de mi vida, y, lo que era causa de un mayor desconsuelo, con la certidumbre de que me aguardaban tiempos aún peores. Movido por el afán de reponerme de los meses pasados preparándome para el amargo porvenir, había dejado a mi padre en una pausa de su enfermedad para pasar un mes en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs. La paradoja más inocua en ese tiempo lleno de ellas era haber aceptado una beca de escritor cuando menos escritor me sentía. Mis dos últimos libros lo habían tenido a él como figura inspiradora (su ausencia, creía, su extrañamiento), y, además de no querer seguir añadiendo traiciones a un oprobio del que no podría ya defenderse, no guardaba ninguna alternativa en la cartuchera; tan confuso estaba, tan inclementemente aturdido por el abatimiento.
Llegué, pues, a Saint-Nazaire con el ánimo en un puño y la única intención de esperar sus llamadas y de esperar (no era cuestión de agobiarlo) el momento de hacerlas yo. Llegué a Saint-Nazaire y tomé posesión del piso puesto a mi disposición como si fuera un refugio prestado al que no se debe buscar las vueltas o, peor aún, como si fuera la habitación de un hotel encontrado a deshora. Displicente, no atendí a las explicaciones sobre el manejo de los diversos electrodomésticos, ni acerté a memorizar las indicaciones que me dieron acerca de dónde se hallaban los supermercados y tiendas más convenientes. Llegué a Saint-Nazaire y, sin darme cuenta, los días empezaron a pasar, sólo a pasar. Consumía las mañanas viendo en televisión insípidos programas que, por su similitud con sus equivalentes españoles, no necesitaban de mi nula competencia en francés, tramé cansinas conjeturas acerca de mis predecesores a partir de los múltiples rastros suyos diseminados en armarios y estanterías, me eternicé en la lectura de los relatos que dos de ellos, Piglia y Alan Pauls, habían publicado en agradecimiento por su estancia, me aposté durante tardes enteras en el balcón para contemplar las costosas maniobras de los barcos que accedían al puerto industrial a través de las esclusas sobre las que se alzaba el edificio de mi apartamento, y por las noches entretenía el inevitable insomnio buscando en recovecos oscuros un bar de otra época que estuviera a la altura de mi brumoso estado de ánimo. Lo encontré la última noche. Una sórdida cafetería, decorada con carteles fotográficos de montañas nevadas, en la que paraban marineros y prácticos del puerto y que, por estar abierta toda la noche, atraía también a esa fauna dudosa que en cualquier ciudad prolonga los negocios del día hasta el amanecer. Cuando al cabo de horas ensimismadas la abandoné, una prostituta africana para la que acaso mi tristeza no había sido invisible, me regaló una sonrisa de aliento que me arrancó, agradecido, el frágil deseo de escribir sobre ella. Con súbito temor supe que algún día lo haría y que cuando ese día llegara de ningún modo sería ya el mismo.

Marcos Giralt Torrente es autor de Los seres felices (Anagrama).

jueves, 27 de agosto de 2009

BIBLIOTECA. LECTURA. Novelas clásicas juveniles abreviadas e ilustradas

(Ilustración de Rodrigo Luján para El mago de Oz)
Editadas por el Diario Público, en edición abreviada y con ilustraciones, los siguientes títulos:

1) ANÓNIMO. Simbad el marino. Ilustrado por Marcelo Sosa (2 ejs.).
2) BARRIE, James M. Peter Pan. Ilustrado por Fabián Mezquita (3 ejs.)
3) DEFOE, Daniel. Robinson Crusoe. Ilustrado por Marco Baldi.
4) DUMAS, ALEJANDRO. Los tres mosqueteros. Ilustrado por Rodrigo Luján.
5) FRANK BAUM, LYMAN. El mago de Oz. Ilustrado por Rodrigo Luján (2 ejs.)
6) KIPLING, RUDYARD. El libro de la selva. Ilustrado por Fabián Mezquita.
7) LONDON, JACK. Colmillo blanco. Ilustrado por Marco Baldi. 8) SPYRI, JOHANNA. Heidi. Ilustrado por Marcelo Sosa (2 ejs.) 9) SWIFT, JONATHAN. Los viajes de Gulliver. Ilustrado por Rodrigo Luján (3 ejs).
10) TWAIN, MARK. Huckleberry Finn. Ilustrado por Marco Baldi.
11) TWAIN, MARK. Tom Sawyer. Ilustrado por Fabián Mezquita.
12) VERNE, JULIO. La vuelta al mundo en ochenta días. Ilustrado por Fabián Mezquita.
13) VERNE, JULIO. Veinte mil leguas de viaje submarino. Ilustrado por Rodrigo Luján.
14) VERNE, JULIO. Viaje al centro de la Tierra. Ilustrado por Marcelo Sosa (2 ejs.).

ESTÁN EN LA BIBLIOTECA.

PRENSA. LECTURA. "Lo pasado", relato de Martín Caparrós

(Martín Caparrós. Foto de Mario García)
En la Revista de verano de "El País", este relato de Martín Caparrós: LO PASADO:

Le pidió que le diera, por favor, un pasado. Afuera hacía calor, adentro había cerveza, ellos charlaban sin pasión, como quienes ya saben que hablar no cambia nada. Hasta que ella lo miró con una fuerza rara -los ojos entornados, los labios apretados dibujándole estrías- y le dijo en serio, Rober, un pasado, necesito un pasado. Nada importante, le dijo, un par de fotos bien armadas en la computadora, quizás un anillito de recuerdo, algún libro digamos que olvidado, un regalo tan inadecuado que me duela. Y, si te animás, un poema o una canción o algo que me dé la sensación de que en algún momento me creí que sí valió la pena. Él se sorprendió de que el pedido le pareciera tan sensato; después pensó que él no era la persona indicada, que nunca había sido la persona indicada. Se lo dijo, ella se rió -ella creyó que era una broma complaciente- y le dijo no seas pedante, Rober. Entonces él aceptó y se dijo que aceptaba porque Lisa era una amiga de tantos tantos años, pero sabía que era porque ella había creído que su confesión extrema era una broma.
Al día siguiente puso manos a la obra. De a poco, la tarea se le volvió obsesión: fotos amarillentas, casetes de músicas vulgares, el poema pedido, dos camisitas blancas, un zapato de taco de aguja roto, libros de yoga furiosamente subrayados, la cuenta de un restorán chino, un boleto de tren de cartón gris y rojo. Más de una vez, en esos días, la llamó: te acordás, Lisa, cuando estábamos en la universidad, esa tarde que; te acordás de aquella vez que te pusiste el abrigo de pieles de; te acordás de ese compañero tuyo de oficina que. Tuvo un velo de celos, se rió. En algún momento de debilidad, solo en el water, cayó en la cuenta de que él participaba de casi todo ese pasado que inventaba, y se asustó: una cosa era un pasado para ella, una muy distinta que ese pasado avanzara sobre él. Pero siguió adelante: empezó a extrañar aquellas noches que nunca habían pasado juntos, esos viajes magníficos -e incluso sus menguados contratiempos-, esas comidas a la luz de velas que jamás, esas charlas en que alcanzaba con callarse. Empezó a extrañarla. Cuando ella creyó entender y se presentó en su casa vestida para el crimen, él le dio la vuelta la cara de un tortazo. Aprovechó su sorpresa para sacarle una foto. El hilito de sangre le bajaba de la ceja, le bordeaba el ojo, se mezclaba con una lágrima en el pómulo. Después le pidió disculpas y le dijo que por favor se fuera, que ya le mandaría todas sus cosas. No encontró el modo de explicarle que nunca había sido bueno para los finales.

Martín Caparrós es autor de Una luna (Anagrama)

PRENSA. 27 agosto 2009


En "El País":

1. "El libro nunca morirá". Juan Cruz entrevista a la agente literaria Carmen Balcells.

2. En busca de 'Millennium'. Reportaje de Ana Lorite y Miluca Martín. El éxito de Stieg Larsson ha provocado una invasión de turistas en la isla de Södermalma, antes reducto de la clase obrera y hoy poblada de tiendas de diseño y émulos de 'hackers' tatuadas.

3. Los óvulos podrán "curarse" de enfermedades maternas. Reportaje de J. Sampedro y E. de Benito. Ensayada la primera técnica que permite cambiar paquetes de genes completos.

4. La política y los riesgos del futuro. Artículo de Daniel Innerarity, profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. ¿Cómo es posible que los nuevos instrumentos matemáticos no fueran capaces de alertar sobre la crisis económica que se avecinaba? Quizá porque se atribuye a sus mediciones una exactitud de la que carecen.

5. La fábrica de los portentos. El escritor Sergio Ramírez nos habla sobre las 1001 noches.

6. Gratis. Eugenia de la Torriente nos habla sobre lo rentable de "lo gratis" en nuestra sociedad.

miércoles, 26 de agosto de 2009

LECTURA. FRANCÉS. "Le Horla", relato de Guy de Maupassant


En anteriores entradas (3), hemos podido leer en español el relato de Guy de Maupassant El Horla.

Ahora, lo podemos cotejar con su original francés: LE HORLA.

LECTURA. "El Horla", relato de Guy de Maupassant (y 3)


EL HORLA
(Tercera entrega)

Acabo de regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he podido almorzar.

19 de julio
Muchas personas a quienes he referido esta aventura se han reído de mí. Ya no sé qué pensar. El sabio dijo: "Quizá".

21 de julio
Cené en Bougival y después estuve en el baile de los remeros. Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo que nos rodea. Regresaré a casa la semana próxima.

30 de julio
Ayer he regresado a casa. Todo está bien.

2 de agosto
No hay novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando correr el Sena.

4 de agosto
Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los vasos en los armarios por la noche. El sirviente acusa a la cocinera y ésta a la lavandera, quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable? El tiempo lo dirá.

6 de agosto
Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor duda... ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas... el miedo me penetra hasta la médula... ¡Lo he visto!...
A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosaleda; caminaba por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer. Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible: ¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia una boca, y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí. Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo: había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones.
Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre las dos rosas que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo material aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi casa como yo...

7 de agosto
Dormí tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella pero no perturbó mi sueño.
Me pregunto si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo largo de la costa, he dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como las que he tenido hasta ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto locos. He conocido algunos que seguían siendo inteligentes, lúcidos y sagaces en todas las cosas de la vida menos en un punto. Hablaban de todo con claridad, facilidad y profundidad, pero de pronto su pensamiento chocaba contra el escollo de la locura y se hacía pedazos, volaba en fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso, lleno de olas fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama "demencia".
Ciertamente, estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta conciencia de mi estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo sería un alucinado que razona. Se habría producido en mi mente uno de esos trastornos que hoy tratan de estudiar y precisar los fisiólogos modernos, y dicho trastorno habría provocado en mí una profunda ruptura en lo referente al orden y a la lógica de las ideas. Fenómenos semejantes se producen en el sueño, que nos muestra las fantasmagorías más inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque, mientras duerme el aparato verificador, el sentido del control, la facultad imaginativa vigila y trabaja. ¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles teclas del teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad de controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones.
Pensaba en todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de amor por la vida, por las golondrinas, cuya agilidad constituye para mí un motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un placer para mis oídos.
Sin embargo, paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me parecía que una fuerza desconocida me detenía, me paralizaba, impidiéndome avanzar, y que trataba de hacerme volver atrás. Sentí ese doloroso deseo de volver que nos oprime cuando hemos dejado en nuestra casa a un enfermo querido y presentimos un agravamiento del mal.
Regresé entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa una mala noticia, una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé más sorprendido e inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión fantástica.

8 de agosto
Pasé una noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca de mí. Me espía, me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta más temible, pues al ocultarse de este modo parece manifestar su presencia invisible y constante mediante fenómenos sobrenaturales.
Sin embargo, he podido dormir.

9 de agosto
Nada ha sucedido. Pero tengo miedo.

10 de agosto
Nada: ¿qué sucederá mañana?

11 de agosto
Nada, siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos pensamientos que dominan mi mente; me voy.

12 de agosto, 10 de la noche.
Durante todo el día he tratado de partir, pero no he podido. He intentado realizar ese acto tan fácil y sencillo —salir, subir en mi coche para dirigirme a Rouen— y no he podido. ¿Por qué?

13 de agosto
Cuando nos atacan ciertas enfermedades, nuestros mecanismos físicos parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne, y la carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y ni siquiera puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo obedezco.

14 de agosto
¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme. Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos.
De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror!

15 de agosto
Evidentemente, así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a pedirme cinco mil francos. Obedecía a un poder extraño que había penetrado en ella como otra alma, como un alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural?
Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo que ha sucedido en mi casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no regresar más, me salvaría, pero no puedo.

16 de agosto
Hoy pude escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra casualmente abierta la puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo estaba libre y que él se hallaba lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente y me dirigí a Rouen. Qué alegría poder decirle a un hombre que obedece: "¡Vamos a Rouen!".
Hice detener la marcha frente a la biblioteca, donde solicité en préstamo el gran tratado del doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes desconocidos del mundo antiguo y moderno.
Después, cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: "¡A la estación!", y grité —no dije, grité— con una voz tan fuerte que llamó la atención de los transeúntes: "A casa", y caí pesadamente, loco de angustia, en el asiento. Él me había encontrado y volvía a posesionarse de mí.

17 de agosto
¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería alegrarme. Leí hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor en Filosofía y en Teogonía, ha escrito la historia y las manifestaciones de todos los seres invisibles que merodean alrededor del hombre o han sido soñados por él. Describe sus orígenes, sus dominios y sus poderes. Pero ninguno de ellos se parece al que me domina. Se diría que el hombre, desde que pudo pensar, presintió y temió la presencia de un ser nuevo más fuerte que él —su sucesor en el mundo— y que, como no pudo prever la naturaleza de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo fantástico de seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo. Después de leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana abierta para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la noche.
Era una noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado mucho. No había luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con estremecedores destellos.
¿Quién vive en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes, animales o plantas, existirán allí? Los seres pensantes de esos universos, ¿serán más sabios y más poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que nosotros ignoramos? Tal vez cualquiera de estos días uno de ellos atravesará el espacio y llegará a la Tierra para conquistarla, así como antiguamente los normandos sometían a los pueblos más débiles.
Somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua.
Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche.
Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola. No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos que una nueva página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un furioso salto, un salto de fiera irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero, antes de que llegara, el sillón cayó delante de mí como si él hubiera huido..., la mesa osciló, la lámpara rodó por el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los batientes.
Había escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí!
Entonces, mañana... pasado mañana o cualquiera de estos... podré tenerlo bajo mis puños y aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los perros no muerden y degüellan a sus amos?

18 de agosto
He pensado durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus impulsos, cumpliré sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más fuerte. Hasta que llegue el momento...

19 de agosto
¡Ya sé... ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo Científico: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen, y que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro alimento.
"El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo a fin de estudiar sobre el terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar a los delirantes pobladores."
¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a mis ventanas remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan hermoso, blanco y alegre. Allí estaba él, que venía de lejos, ¡del lugar de donde es originaria su raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y saltó del navío a la costa. ¡Oh, Dios mío!
Ahora ya lo sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado.
Ha venido aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana. La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión..., ¡qué sé yo! ¡Los he visto divertirse como niños imprudentes con este terrible poder! ¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado el... el... ¿cómo se llama?... el... parece que me gritara su nombre y no lo oyese... el... sí... grita... Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído... el Horla... es él... ¡el Horla... ha llegado!...
¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero; el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros!
No obstante, a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica... Yo también quiero... Yo podría hacer lo mismo..., pero primero hay que conocerlo, tocarlo y verlo. Los sabios afirman que los ojos de los animales no distinguen las mismas cosas que los nuestros... Y mis ojos no pueden distinguir al recién llegado que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora las palabras del monje del monte Saint-Michel: "¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las grandes naves; el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez? ¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!".
Y yo seguía pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni siquiera distinguen los cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el vidrio... Si un espejo sin azogue obstruye mi camino, chocaré contra él como el pájaro que penetra en una habitación y se rompe la cabeza contra los vidrios. Por lo demás, mil cosas nos engañan y desorientan. No puede extrañar entonces que el hombre no sepa percibir un cuerpo nuevo que atraviesa la luz.
¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿ Por qué nosotros íbamos a ser los últimos? Nosotros no los distinguimos pero tampoco nos distinguían los seres creados antes que nosotros. Ello se explica porque su naturaleza es más perfecta, más elaborada y mejor terminada que la nuestra, tan endeble y torpemente concebida, trabada por órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y poderoso.
Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que separa las sucesivas apariciones de las diversas especies?
¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta gracia hay en el elefante y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello!
Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza, color y movimiento ni siquiera puedo describir. Pero lo veo... Va de estrella a estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de su vuelo... Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y maravillados...
¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!

19 de agosto
Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de mis manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo.
Yo acechaba con todos mis sentidos sobreexcitados.
Había encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea, como si fuese posible distinguirlo con esa luz.
Frente a mí está mi cama, una vieja cama de roble; a la derecha, la chimenea; a la izquierda, la puerta cerrada cuidadosamente, después de dejarla abierta durante largo rato a fin de atraerlo; detrás de mí, un gran armario con espejos que todos los días me servía para afeitarme y vestirme y donde acostumbraba mirarme de pies a cabeza cuando pasaba frente a él.
Como dije antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me espiaba. De pronto, sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi hombro, de que estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos extendidas, girando con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien..., se veía como si fuera pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!... ¡Estaba vacío, claro, profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí, pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí! De pronto, mi imagen volvió a reflejarse pero como si estuviese envuelta en la bruma, como si la observase a través de una capa de agua. Me parecía que esa agua se deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que paulatinamente mi imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un eclipse. Lo que la ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una especie de trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba.
Por último, pude distinguirme completamente como todos los días.
¡Lo había visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer.

20 de agosto
¿Cómo podré matarlo si está fuera de mi alcance?
¿Envenenándolo? Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal vez nuestros venenos no tienen ningún efecto sobre un cuerpo imperceptible. No... no... decididamente no. Pero entonces..., ¿qué haré entonces?

21 de agosto
He llamado a un cerrajero de Rouen y le he encargado persianas metálicas como las que tienen algunas residencias particulares de París, en la planta baja, para evitar los robos. Me haré además una puerta similar. Me debe haber tomado por un cobarde, pero no importa...

10 de septiembre
Rouen, Hotel Continental. Ha sucedido... ha sucedido... pero, ¿habrá muerto? Lo que vi me ha trastornado.
Ayer, después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro, dejé todo abierto hasta medianoche, a pesar de que comenzaba a hacer frío. De improviso, sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme alegría. Me levanté lentamente y caminé en cualquier dirección durante algún tiempo para que no sospechase nada. Luego me quité los botines y me puse distraídamente unas pantuflas. Cerré después la persiana metálica y regresé con paso tranquilo hasta la puerta, cerrándola también con dos vueltas de llave. Regresé entonces hacia la ventana, la cerré con un candado y guardé la llave en el bolsillo.
De pronto, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también sentía miedo, y que me ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder, pero no lo hice. Me acerqué a la puerta y la entreabrí lo suficiente como para poder pasar retrocediendo, y como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el dintel. Estaba seguro de que no había podido escapar y allí lo acorralé solo, completamente solo. ¡Qué alegría! ¡Había caído en mi poder! Entonces descendí corriendo a la planta baja; tomé las dos lámparas que se hallaban en la sala situada debajo de mi habitación, y, con el aceite que contenían rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les prendí fuego, y me puse a salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de llave, la puerta de entrada.
Me escondí en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué larga me pareció la espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran quietud y silencio; no soplaba la menor brisa, no había una sola estrella, nada más que montañas de nubes, que, aunque no se veían, hacían sentir su gran peso sobre mi alma.
Miraba mi casa y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego ya se había extinguido por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi que una de las ventanas se hacía astillas debido a la presión del incendio, y una gran llamarada roja y amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por la pared blanca hasta rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en las ramas y en las hojas, y también un estremecimiento, ¡un estremecimiento de pánico! Los pájaros se despertaban; un perro comenzó a ladrar; parecía que iba a amanecer. De inmediato, estallaron otras ventanas, y pude ver que toda la planta baja de mi casa ya no era más que un espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de la noche, un grito de mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que se abrían las ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados! ¡Vi sus rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!...
Despavorido, eché a correr hacia el pueblo gritando: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!". Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé con ellos para ver.
La casa ya sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca hoguera que iluminaba la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él también. Él, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla!
De pronto el techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de llamas ascendió hasta el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las ventanas abiertas hacia ese enorme horno, y pensaba que él estaría allí, muerto en ese horno...
¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz atravesaba, podía destruirse por los mismos medios que destruyen nuestros cuerpos?
¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser Invisible y Temido. ¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible, ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las heridas, las enfermedades y la destrucción prematura?
¿La destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora y en un minuto determinado, al llegar al límite de su vida.
No... no... no hay duda, no hay duda... no ha muerto. . . Entonces, tendré que suicidarme...

PRENSA. LECTURA. "Los asesinos", relato de Ray Loriga

(Ray Loriga. Fotografía de Bernhard Rohnke)

En la Revista de verano de "El País", LOS ASESINOS, relato de Ray Loriga:

Los hay que al pasar por la calle de Los Asesinos cerca del campo de Santo Stefano sienten miedo por ellos mismos, aunque hace mucho que no se cometen crímenes allí, y los hay que al cruzar esta callecita veneciana sienten miedo por los demás, temiendo ser capaces de cometer un crimen. También hay unos desdichados terceros que agachamos la cabeza seguros de ser reconocidos ya como criminales.
De los crímenes cometidos en la imaginación se guardan celosos registros desde el principio de los tiempos y resulta difícil encontrar un viajero sensato que escape a la sombra de la culpa. ¡Si ya en la infancia nos escondemos sin haber hecho aún nada!
No hay niño que al escuchar su nombre en boca de la autoridad de sus adultos no contenga la respiración por un segundo esperando un castigo. Lo mismo en invierno que en verano, pues siempre se está demasiado cerca del mar, o demasiado alto en la roca, o se ha comido demasiada tarta o poco estofado. Se han tocado las cucharitas de plata, por más que no se robara ninguna, o se ha visto por la puerta entreabierta lo que no estaba permitido. Los crímenes se multiplican con la edad y siempre hay una patada a destiempo a la mascota de la casa por más que hasta entonces y después se la haya cuidado con esmero. La adolescencia entera se guía siguiendo el mapa del deseo que no reporta ningún bien a los demás, y de la propia satisfacción o de ese anhelo, nacen las culpas de la edad adulta. Es tan egoísta querer sacar provecho del cuerpo de la mujer amada que se avergüenza uno de sólo pensarlo y qué decir de las glorias del oficio que se buscan con el único objetivo de satisfacer nuestro orgullo y enriquecer el bolsillo. Nada bueno se hace en una vida por el bien ajeno y hasta en el cuidado amoroso de los hijos se invierten buenas dosis de ambición y avaricia, de ahí que en un descuido los llamemos tesoros. No hay cariño por ligero que sea que no arrastre una condena. Nuestra felicidad nos lleva a planear robos de guante blanco en el corazón de los otros. Decimos mi vida, para referirnos a quienes más amamos, hurtando ya lo que sabemos que no puede pertenecernos. Incluso en los placeres más sencillos no buscamos sino la propia alegría.
¿Qué hacemos bajo el sol o entre la nieve sino tratar de divertirnos? Cuántos hemos confundido el bienestar con una causa noble. Hay quienes eligen féretro antes de morir, para presumir entre los vivos de esa última elegancia.
No debemos extrañarnos entonces si al atravesar con paso rápido la calle de Los Asesinos, cerca de San Stefano, bajamos la cabeza, sabiéndonos culpables de los crímenes cometidos.
Sólo quien no haya amado nunca a nadie, ni a sí mismo, puede levantar la frente y presumir de su inocencia en calles como ésta.

Ray Loriga es autor de Ya sólo habla de amor (Alfaguara).

PRENSA. 26 agosto 2009


En "El País":

1. Wikipedia, bajo vigilancia. La enciclopedia libre de la Red comprobará previamente los artículos para garantizar que se atienen a la verdad. Por Bárbara Celis.

2. Frida, ¿inédita o falsa? Reportaje de Isabel Lafont. Controversia en México por el supuesto hallazgo de un tesoro de 1.200 objetos perdidos de la artista.

3. Todas las enegías son necesarias. Reportaje de Manuel V. Gómez. Las renovables tienen grandes ventajas, pero son más imprevisibles. Es clave la coexistencia de fuentes para garantizar el suministro y la contención de emisiones.

4. El rechazo del olvido. Artículo de José Antonio Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo, sobre la memoria histórica.

martes, 25 de agosto de 2009

LECTURA. "El Horla", relato de Guy de Maupassant (2)

EL HORLA
(Segunda entrega)

6 de julio
Pierdo la razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal vez la bebí yo!
10 de julio
Acabo de hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy loco! Y sin embargo...
El 6 de julio, antes de acostarme, puse sobre la mesa vino, leche, agua, pan y fresas. Han bebido —o he bebido— toda el agua y un poco de leche. No han tocado el vino, ni el pan ni las fresas.
El 7 de julio he repetido la prueba con idénticos resultados.
El 8 de julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada.
Por último, el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la leche, teniendo especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de muselina blanca y de atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios, la barba y las manos y me acosté.
Un sueño irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el atroz despertar. No me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban manchadas. Corrí hacia la mesa. Los lienzos que envolvían las botellas seguían limpios e inmaculados. Desaté los tapones, palpitante de emoción . ¡Se habían bebido toda el agua y toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!...
Partiré inmediatamente hacia París.

12 de julio
París. Estos últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido juguete de mi enervada imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo o que haya sufrido una de esas influencias comprobadas, pero hasta ahora inexplicables, que se llaman sugestiones. De todos modos, mi extravío rayaba en la demencia, y han bastado veinticuatro horas en París para recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y visitas, que me han renovado y vivificado el alma, terminé el día en el Théatre-Français. Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor vivaz y pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a nuestro alrededor a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío.
Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo. Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible.
En lugar de concluir con estas simples palabras: "Yo no comprendo porque no puedo explicarme las causas", nos imaginamos en seguida impresionantes misterios y poderes sobrenaturales.

14 de julio
Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los cohetes y banderas me divirtieron como a un niño. Sin embargo, me parece una tontería ponerse contento un día determinado por decreto del gobierno. El pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y rebelde. Se le dice: "Diviértete". Y se divierte. Se le dice: "Ve a combatir con tu vecino". Y va a combatir. Se le dice: "Vota por el emperador". Y vota por el emperador. Después: "Vota por la República". Y vota por la República.
Los que lo dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a hombres se atienen a principios, que por lo mismo que son principios sólo pueden ser necios, estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e inmutables, tan luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y el sonido son ilusorios.

16 de julio
Ayer he visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi prima, la señora Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de Limoges. Conocí allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor Parent que se dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas y de los fenómenos extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias sobre hipnotismo y sugestión.
Nos refirió detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los sabios ingleses y por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que expuso me parecieron tan extraños que manifesté mi incredulidad.
—Estamos a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de la naturaleza —decía el doctor Parent—, es decir, uno de sus más importantes secretos aquí en la Tierra, puesto que hay evidentemente otros secretos importantes en las estrellas. Desde que el hombre piensa, desde que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su inteligencia. Cuando la inteligencia permanecía aún en un estado rudimentario, la obsesión de los fenómenos invisibles adquiría formas comúnmente terroríficas. De ahí las creencias populares en lo sobrenatural. Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los gnomos y los aparecidos; me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues nuestras concepciones del artífice creador de cualquier religión son las invenciones más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la mente atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este pensamiento de Voltaire: "Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza pero el hombre también ha procedido así con él".
"Pero desde hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo. Mesmer y algunos otros nos señalan un nuevo camino y, efectivamente, sobre todo desde hace cuatro o cinco años, se han obtenido sorprendentes resultados."
Mi prima, también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo:
—¿Quiere que la hipnotice, señora?
—Sí; me parece bien.
Ella se sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De improviso, me dominó la turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una opresión en la garganta. Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora Sablé, y su boca se crispaba y parecía jadear.
Al cabo de diez minutos dormía.
—Póngase detrás de ella —me dijo el médico.
Obedecí su indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta de visita al tiempo que le decía: "Esto es un espejo; ¿qué ve en él?"
—Veo a mi primo —respondió.
—¿Qué hace?
—Se atusa el bigote.
—¿Y ahora ?
—Saca una fotografía del bolsillo.
—¿Quién aparece en la fotografía?
—Él, mi primo.
¡Era cierto! Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el hotel.
—¿Cómo aparece en ese retrato?
—Se halla de pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en esa tarjeta de cartulina lo que hubiera visto en un espejo.
Las damas decían espantadas: "¡Basta! ¡Basta, por favor!".
Pero el médico ordenó: "Usted se levantará mañana a las ocho; luego irá a ver a su primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los cinco mil francos que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese de su próximo viaje". Luego la despertó.
Mientras regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron dudas, no sobre la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien conocía desde la infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del médico. ¿No escondería en su mano un espejo que mostraba a la joven dormida, al mismo tiempo que la tarjeta?
Los prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes.
No bien regresé, me acosté.
Pero a las ocho y media de la mañana me despertó mi sirviente y me dijo:
—La señora Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor.
Me vestí de prisa y la hice pasar.
Sentóse muy turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el velo:
—Querido primo, tengo que pedirle un gran favor.
—¿De qué se trata, prima?
—Me cuesta mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito urgentemente cinco mil francos.
—¡¿Usted?!
—Sí, yo, o mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos.
Me quedé tan asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas. Pensaba que ella y el doctor Parent se estaban burlando de mí, y que eso podía ser una mera farsa preparada de antemano y representada a la perfección.
Pero todas mis dudas se disiparon cuando la observé con atención. Temblaba de angustia. Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa y advertí que apenas podía reprimir el llanto.
Sabía que era muy rica y le dije:
—¿Cómo es posible que su esposo no disponga de cinco mil francos? Reflexione. ¿Está segura de que le ha encargado pedírmelos a mí?
Vaciló durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y luego respondió:
—Sí... sí... estoy segura.
—¿Le ha escrito?
Vaciló otra vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su mente. No sabía. Sólo recordaba que debía pedirme ese préstamo para su esposo. Por consiguiente, se decidió a mentir.
—Sí, me escribió.
—¿Cuándo? Ayer no me dijo nada.
—Recibí su carta esta mañana.
—¿Puede enseñármela?
—No, no... contenía cosas íntimas... demasiado personales... y la he... la he quemado.
—Así que su marido tiene deudas.
Vaciló una vez más y luego murmuró:
—No lo sé.
Bruscamente le dije:
—Pero en este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil francos.
Dio una especie de grito de desesperación:
—¡Ay! ¡Por favor! Se lo ruego! Trate de conseguirlos...
Exaltada, unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz cambió de tono; lloraba murmurando cosas ininteligibles, molesta y dominada por la orden irresistible que había recibido.
—¡Ay! Le suplico... si supiera cómo sufro... los necesito para hoy. Sentí piedad por ella.
—Los tendrá de cualquier manera. Se lo prometo.
—¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted!
—¿Recuerda lo que pasó anoche en su casa? —le pregunté entonces.
—Sí.
—¿Recuerda que el doctor Parent la hipnotizó?
— Sí..
—Pues bien, fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco mil francos, y en este momento usted obedece a su sugestión.
Reflexionó durante algunos instantes y luego respondió:
—Pero es mi esposo quien me los pide.
Durante una hora traté infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del doctor Parent. Me dijo:
—¿Se ha convencido ahora?
—Sí, no hay más remedio que creer.
—Vamos a ver a su prima.
Cuando llegamos, dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El médico le tomó el pulso, la miró durante algún tiempo con una mano extendida hacia sus ojos que la joven cerró debido al influjo irresistible del poder magnético.
Cuando se durmió, el doctor Parent le dijo:
—¡Su esposo no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe olvidar que ha rogado a su primo para que se los preste, y, si le habla de eso, usted no comprenderá.
Luego le despertó. Entonces saqué mi billetera.
—Aquí tiene, querida prima. Lo que me pidió esta mañana .
Se mostró tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin embargo, de refrescar su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo que me burlaba, y poco faltó para que se enojase.
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